Y
como lo prometido es deuda, más aún cuando se está hablando de las Sagradas
Escrituras, pasaré a continuación a desvelar el final de esta trilogía que tan
ocupado me ha tenido en las últimas dos semanas.
Hasta ahora he venido siguiendo un procedimiento científico,
basado en datos o indicios extraídos directamente de algunos pasajes de la
Biblia. En el primer post de los tres que componen esta
magna obra, el modelo propuesto era más tosco, lo cual conducía a la conclusión
de que la temperatura del Cielo era claramente superior a la del Infierno.
Posteriormente, con ayuda de un modelo algo más sofisticado, en el segundo post llegamos a una conclusión
totalmente opuesta. En este caso, era el Infierno el que se mostraba bastante
más calentito que el Cielo. ¿Qué demostraba todo lo anterior? ¿Estábamos
aplicando de forma correcta las leyes físicas? ¿Dónde nos estábamos
equivocando?
Aunque os podríais entretener un buen rato en intentar contestar a
las cuestiones previas, yo os daré mi respuesta: ni os molestéis, hemos estado
todo el tiempo discutiendo estupideces sin sentido, chorradas, pamplinas.
Estudiar física utilizando las palabras de la Biblia como disculpa es un
entretenimiento completamente ocioso y no persigue otra cosa que la pura
diversión, una mera masturbación mental sin ningún propósito eyaculador. Así
pues, espero que de este acto soez no brote vástago alguno.
Por otro lado, como el fo… y el cantar todo es empezar, creo
que le he cogido el gusto a esta sodomía descontrolada y continuaré aún un día
más con ella. De esta forma, si queréis seguir jugando conmigo a esta cochinada
os propongo a continuación la siguiente pregunta: ¿Es el Infierno endotérmico o
exotérmico?
Como quizá algunos de vosotros no estéis duchos en el
lenguaje pornodinámico, os diré que la pregunta anterior hace referencia a si
en el Infierno tienen lugar reacciones en las que éste acaba absorbiendo calor
o, por el contrario, desprendiéndolo. En el primer caso, significaría que la
temperatura aumentaría continuamente hasta que el mismísimo Infierno explotase
haciéndose añicos, cosa nada deseable ya que la ilusión de mi vida es ver
consumido por las llamas abrasadoras a más de uno de esos que se han condenado
para siempre al cometer ese pecado capital llamado Plan Bolonia. En el otro extremo, en el hipotético caso de que el Averno
se comportase exotérmicamente, el destino de tan deseable lugar sería el frío
más helador. Sí, ya sé que también se puede desear el fenecimiento de los
malvados por congelación, pero suele ser menos dolorosa, te vas quedando
somnoliento y puede ser hasta placentero. Prefiero que se abrasen.
Bien, discutiré muy brevemente las condiciones que hacen que
se puedan dar cada una de las dos condiciones anteriormente expuestas. Para
ello, de nuevo es preciso hacer algunas suposiciones razonables. En primer
lugar, admitiré que las almas tienen masa o peso, ya sabéis, al menos 21 gramos. En segundo lugar, una vez que
un alma ha ido a parar al Infierno, ya nunca más lo abandona, no tiene ninguna
posibilidad de salir de allí, ni siquiera la ínfima probabilidad que le
otorgaría el principio de
incertidumbre de Heisenberg. Por último, y dado que hay varias religiones en el mundo
que afirman que todo aquel que no pertenezca a dicha religión está condenado
sin remedio a las llamas de las calderas de Pedro Botero, supondré que todo el
mundo acaba allí, ya que no tengo ningún motivo para afirmar que una religión
tiene más razón que otra. De esta manera, como todo el mundo acaba fiambre
antes o después, afirmo sin duda alguna que el Infierno irá aumentando
exponencialmente su población.
Ahora bien, acudiendo una vez más al modelo del gas ideal, y manteniendo la idea de que el Averno se encuentra a una
presión y una temperatura constantes, por fuerza debe mantenerse asimismo
constante el cociente entre el peso de las almas y el volumen disponible. Si
esto no sucediese, volveríamos a las conclusiones expuestas en el cuarto párrafo.
Efectivamente, sea por un momento mayor el número de almas que entran en el
recinto que el ritmo al que se expande y, consecuentemente, se incrementa el
volumen o espacio requerido para “acomodarlas” (si es que se puede estar cómodo
en un sitio como el Infierno, jijijiji…). En esta situación, ambas temperatura
y presión comenzarían a aumentar, aumentar y aumentar como si no hubiese un
mañana y el mismísimo Infierno se convertiría en un ídem, despedazándose por
completo. En el reverso de la moneda, estaría el caso en que el ritmo de
expansión superase al aumento en el número de almas nuevas que ingresasen en
las filas de Lucifer. Esta situación conduciría irremediablemente a un descenso
continuo en la presión y temperatura, generándose una nevera de proporciones
bíblicas.
CONCLUSIÓN FINAL: Extraedla vosotros mismos. Y ya
sabéis, ante todo sed científicos. Si no os creéis nada de todo lo que aquí se
refiere, siempre podéis iros al Infierno, eso sí armados con un buen
termómetro.
Fuente original de la trilogía: Heaven is Hotter than Hell. Los chistes, chanzas y anormalidades son míos.
Menuda guasa tienes, genio!
ResponderEliminarLo de etiqueta "religión" ya es para troncharse.
Anda, ponme fácil el voto para el premio bitácoras con un botoncito de esos que ponen otros. No seas mogollón (1ª acepción DRAE).
Ahí lo llevas, en la columna de la derecha, bien arriba y bien visible. ¡¡Muchas gracias!! :-))
EliminarLas religiones, esos quebraderos de cabeza tan primitivos aún por desterrar; no me extraña que la aspirina se hubiese inventado con el fin de evitar los que producían aquellos que desde sus púlpitos insistían en eso otro...y mucho más.
ResponderEliminarAñadí mi voto, pero antes una reseña a un viejo cuento:
Un hombre cercano ya a la muerte fue a ver a un maestro para preguntarle:
-Hombre sabio, dime cuál es la diferencia entre cielo e infierno.
-Veo una montaña de arroz humeante y sabroso, y alrededor una muchedumbre de hambrientos. Sus palillos son más largos que sus brazos, así que cuando prenden la comida, no pueden llevársela a la boca y son víctimas de la frustración y el sufrimiento. Ese es el infierno, contestó el maestro.
-¿Y el cielo?, volvió a preguntar el viejo.
-Veo una montaña de arroz humeante y sabroso, y alrededor una muchedumbre alegre.
Sus palillos son más largos que sus brazos, pero han decidido, al prender la comida, dársela los unos a los otros. Ese es el cielo.
Al que deberíamos añadir:
- Veo una montaña de arroz humeante y sabroso, y alrededor una muchedumbre alegre.
Sus palillos son más largos que sus brazos y alcanzan la comida de los de abajo, los que están en el infierno... :[´
Y ésa es la verdadera realidad...
Breves Saludos