Poco después de las 22 horas
(tiempo local de Houston) del 20 de julio de 1969 una pequeña nave espacial, en cuyo interior viajaban inicialmente tres hombres audaces llamados Neil A. Armstrong, Edwin E. Aldrin Jr. y Michael Collins (no, no era el célebre director de inteligencia del IRA) hollaba el suelo lunar.
Aquel hito, llevado a cabo con una enorme presión política, durante la
tristemente famosa Guerra Fría entre los Estados Unidos y la extinta Unión
Soviética, ha pasado a los anales de la Historia como el logro más grande de la
Humanidad hasta la fecha.
Pero a pesar de ello,
sigue habiendo sobre la superficie de este pequeño planeta personas que
insisten en que semejante hazaña nunca tuvo lugar, que todo fue simulado,
grabado en un estudio de televisión o similar y que constituyó una conspiración
gubernamental sin precedentes. ¿Puede concebirse semejante argumento? ¿Tiene
visos de ser real? ¿Nos engañan nuestros gobernantes? ¿En qué hechos y pruebas
se basan los defensores de la teoría conspiranoica? ¿Ha llegado realmente alguna vez el
ser humano a la Luna?
Pues la verdad es que a
poco que uno repase los anales de la Historia, se dará cuenta rápidamente,
aunque no sea demasiado avispado, que la Luna ya había sido pisada por seres de
este planeta mucho antes de que la tripulación del mítico Apolo XI lo consiguiese. No
hacía falta teoría de la conspiración ni nada que se le parezca. Solamente era
necesario bucear un poco en los expedientes X de la ciencia ficción. ¡No era tan
difícil, rediós!
Veamos, mis humildes
conocimientos me indican que ya allá por el lejano 1750, Karl Friedrich Hieronymus, quizá más
conocido como barón de Münchhausen, ya había alcanzado a poner el pie en la superficie del
único satélite natural conocido de nuestro planeta. ¿Quién osaría dudar de la
palabra de tan insigne personaje, a quien se le atribuyen hazañas como las de ser capaz
de salir de una ciénaga sin más que tirar de su propia cabellera o viajar a
horcajadas sobre una bala de cañón?
En 1835, otro intrépido aventurero, un
tal Hans Pfaall, huyendo despavorido de sus numerosos acreedores, había abandonado cual
alma que lleva el diablo la ciudad de Rotterdam a bordo de un globo aerostático
rumbo a la Luna. La cosa, al parecer, no era difícil, ya que disponía en
secreto de un gas de densidad 37,4 veces inferior a la del hidrógeno y es de
dominio popular que existe una atmósfera que se extiende a lo largo de los casi
400.000 kilómetros que separan planeta y satélite. De no ser así, ¿cómo iba a
actuar el empuje de Arquímedes? Los cálculos del señor Pfaall le indicaban que
alcanzaría su objetivo, si todo iba como estaba previsto, en 161 días.
Inesperadamente, al cabo de tan sólo 19 se encontró con los selenitas. ¿Algún
conspiranoico osaría dudar de esto?
Treinta años después,
la cosa no tuvo tanto éxito. A bordo de un proyectil de cañón, Impey Barbicane,
el capitán Nicholl y el caballero francés Michel Ardan eran desviados de su
rumbo por un segundo satélite natural de la Tierra. Su periplo hasta la órbita lunar había transcurrido a lo largo
de 97 horas, tan sólo seis menos que la nada pionera ni original aventura del aludido Apolo XI.
Hubo que esperar la friolera de 36
años más para que el profesor Cavor tuviese éxito
en su misión. A bordo de una nave esférica ideada por él mismo y haciendo uso
de un innovador medio de propulsión, la antigravitatoria cavorita (desaparecida desde entonces
sin dejar rastro), la Luna volvía a ser pisada por un hombre. ¿Y a que no
sabéis qué se encontró allí? Preguntad, preguntad a los abducidos, que haberlos
haylos, y muchos.
Al año siguiente, un
tipo estupendo de nombre George Méliès desempolvaba la viaja idea del proyectil
de cañón y mandaba otra misión a la Luna, también con éxito y enorme puntería. Efectivamente, la bala alunizaba
directamente sobre uno de los dos ojos de nuestro
satélite. Una vez más, los selenitas hacían acto de presencia, pero serían
rápidamente neutralizados a paraguazos por los intrépidos astronautas. No sé si
habrá algún conspiranoico que tenga interés en saber que el mismo Méliès había
traído la mismísima Luna hasta la Tierra en el año 1898. Resulta indudable que
siempre será preferible que la montaña venga a Mahoma si lo contrario resulta
mucho más difícil.
Quien más, quien menos,
sabe que en la Luna existe una atmósfera perfectamente respirable por los seres
humanos. Por eso, en 1929, la primera mujer en visitar
tierras selenitas fue capaz de pasear por el regolito lunar sin escafandra, una
hazaña aún no superada por ninguna otra mujer ni ser que se le parezca. El
regreso fue más peliagudo, pues una falta de oxígeno similar a lo que les
sucedería años más tarde a los miembros de la tripulación del Apolo XIII,
dejaría a algunos de ellos en tierra, digo en luna. Desgraciadamente, en 1937
la Gestapo confiscó todas las copias existentes de aquella asombrosa aventura,
destruyéndolas, pues las semejanzas con los planos y diseños de las tristemente
célebres bombas volantes V-2 parecían sospechosamente más allá de la simple
coincidencia. Ay, si es que la Ciencia siempre ha sido un peligro muy
peligroso.
Un viaje al espacio,
aunque sea al astro más cercano, es una tarea de dificultad mínima. Y si no
consigues llegar a la Luna porque se interpone en tu camino una persistente
lluvia de meteoroides, siempre puedes desviarte ligeramente y emprender rumbo a
Marte, que está ahí al lado, caramba. Los tripulantes del cohete K-1 (a veces
también se le conoce como Rocketship X-M, donde estas dos últimas letras, perfectamente traducidas al español como
K-1, significan algo tan trivial como e-X-pedition M-oon) pueden dar fe de ello
desde que aconteciese su odisea en 1950. Así que, conspiranoicos del mundo que
vivís, os reproducís y demás, chupaos ésta: no sólo hemos pisado la Luna, sino
también Marte, que para eso el combustible anda barato…
Ese mismo año de 1950,
otra misión con destino a la Luna, tenía éxito, aunque concluyese con un terrible
contratiempo. Un excesivo consumo de combustible obligaba a la tripulación a
desprenderse de todo el peso superfluo para poder regresar. Desgraciadamente,
los partidarios de la teoría de la conspiración tienen aquí argumentos de peso
a favor de su lucha. Todo lo anterior formaba parte de una película
escrupulosamente rodada con las puertas del plató abiertas de par en par y la
prohibición expresa de fumar, con el loable fin de que la atmósfera fuese clara y nítida,
simulando la falta de atmósfera lunar. El alunizaje de la nave estaba previsto
inicialmente en el interior del cráter Aristarco, pero alguien anduvo vivo y se
dio cuenta de que desde allí no sería posible la visión de la Tierra, tal y
como se mostraba en una de las preciosas escenas del film. Todo se modificó a tiempo y el cráter Aristarco
se sustituyó por el Harpalus. Buf, casi…
Así llegamos a 1953, otra fecha histórica,
pues en un mismo año se consiguió pisar dos veces la superficie lunar. Un muchachito rubio, acompañado de un simpático fox terrier llamado Milú (el primer cánido en
la Luna) llegaban al satélite de mano del genial Hergé. La otra misión con
éxito encontraría algo más siniestro: una raza selenita de mujeres-gato con aviesas
intenciones que habitaban en el interior de una caverna lunar dotada de atmósfera
ubicada en la cara oculta.
La verdad es que,
aunque les diésemos un voto de confianza a los conspiranoicos, resulta tan
difícil de creer que el hombre no ha llegado a la Luna, que uno no sabe muy
bien a qué atenerse. Veréis, ni siquiera hace falta entrenarse especialmente,
astronauta puede ser cualquiera, hasta un grupo de ancianetes decrépitos lo
consigue, aunque uno de ellos desgraciadamente tenga que finalmente quedarse
atrapado en la superficie de la Luna. Eso sí, todo el drama es más llevadero si
se escucha de fondo el genial “Fly me to the moon” del no menos genial Frank
Sinatra.
Una de las hipótesis
más defendidas por los partidarios de la conspiración consiste en afirmar que
la bandera estadounidense plantada en el regolito ondeaba cual si hubiese aire
en la atmósfera selenita. Y digo yo, ¿qué esperaban? ¿Acaso no puede ondear una
bandera en ausencia de atmósfera? Pero si todo el mundo la ha visto ondear al
viento, al compás de los motores de la imponente nave nodriza de los malvados
extraterrestres de Indepenence Day, a su paso por las cercanías de la Luna.
Quizá tengan razón. Después de todo, una bandera quizá no pueda ondear, pero
entonces ¿por qué ondean las capas de Superman o del Hombre Nuclear? ¿O es que
me van a negar que Superman no puede llegar a la Luna cuando quiera, en un
pispás? Superman no es humano, es un alienígena, y éstos conocen la Luna, la
Tierra y todos los planetas y galaxias que les salgan de sus alienígenas güevos
(si es que los tienen y poseen esa forma tan característica, que vaya usted a
saber). ¿No han visto el monolito que en 2001 se encontraba el doctor Floyd? Si
hasta los tres supervillanos archienemigos de Superman, el general Zod, Ursa y
Non corroboraron, a su paso por la Luna camino del planeta Houston, que el
hombre estaba allí. Anda, hombre, venga ya. Si es que es negar por negar,
caray.
En honor a la verdad,
tengo que reconocer que lo que ahora vemos en el cielo (siempre que no se halle
en su fase de luna nueva) no es la verdadera Luna. No, no, se trata de una
simulación, una proyección, una especie de holograma súper-avanzado hecho con
tecnología ultrasecreta. ¿Por qué? Pues porque hace unos catorce años, en 1999, tuvo lugar un
terrible accidente, que ha sido mantenido oculto hasta ahora. En la cara
oculta, para que no la viésemos, existía una base humana permanente que se
dedicaba a almacenar residuos nucleares (aquí en la Tierra no sabíamos qué
hacer con ellos) procedentes de Garoña y otros cuchitriles semejantes.
Desgraciadamente, tuvo lugar una explosión, un Chernobyl a gran escala y la
Luna salió despedida fuera de su órbita. Hoy en día se encuentra vagando sin
rumbo por el espacio, más allá del cinturón de Kuiper y nunca más regresará.
Nunca más podremos enviar un hombre allá arriba, como estaba previsto hacerlo
en octubre de 2009, para poder
recolectar una prometedora fuente de energía: el helio-3.
Y todo ese rollo
patatero que una vez nos contaron en aquel programa tan bonito del canal Cuatro, sobre que un
fragmento de estrella enana marrón había colisionado con la Luna y ésta se
dirigía hacia nosotros en rumbo de colisión inminente no es más que un bulo sin
fundamento. Ah, se me olvidaba. Hancock tampoco ha ido a la Luna. Es un superhéroe de
pacotilla, borracho y deprimido y no lleva capa. Ese logotipo en forma de
corazón que pintó en la Luna nunca existió…