Afortunadamente hace ya unos meses que finalizaron las fiestas navideñas, época de excesos para unos pocos afortunados (cada vez menos) que tenemos la suerte de vivir en la abundancia (¡JUAS!) y de escasez y necesidades
para los de siempre (cada vez más). Como no me apetece demasiado escribir nada sobre el
inefable Santa Claus y tampoco sobre el PP, intentaré compensarlo con este post que ya mismo comienza aquí debajo.
Como decía, en el dichoso mes de diciembre, los que tenemos hijos pequeños, intentamos pasar más
tiempo con ellos y hacerles felices a base de montones de regalos, muchas veces
innecesarios, que compensen en parte el poco tiempo que les dedicamos el
resto del año. Así que podéis imaginarme pegado a la televisión en una tarde
fría y lluviosa viendo películas infantiles y comiendo palomitas de maíz.
Como quiero que mi hija sea una persona de provecho el día de mañana, la semana
pasada le puse, astuta y ladinamente, una película de ciencia ficción infantil
y aproveché para trabajar de forma camuflada fingiendo que lo hacía por ella
(¡menudo padrazo que soy!). Por supuesto, la atiborré de una generosa dosis de
deliciosas palomitas de maíz para hacer más creíble la situación.
Pero voy al grano. La película que vimos y disfrutamos ambos fue Charlie y
la fábrica de chocolate, dirigida en 2005 por el peculiar Tim Burton
(existe una versión previa de 1971, interpretada por Gene Wilder). La película,
basada en un cuento publicado en 1964 por Roald Dahl, cuenta la historia de
Charlie Bucket, un niño modelo que vive en una casa ruinosa en compañía de sus
padres y de sus cuatro abuelos. En el pueblo existe una fábrica de chocolate,
cerrada tiempo atrás cuando los secretos de las increíbles golosinas ideadas
por su dueño, Willy Wonka, fueron aireados por espías infiltrados, llevándola a
la quiebra. Ahora, años después, Wonka decide reabrir su factoría. Con el
secreto propósito de donarla como herencia a un niño bien educado y bondadoso,
decide introducir cinco billetes dorados en otras tanta chocolatinas
distribuidas por el mundo entero. Los cinco afortunados pasarán un día entero
visitando su fábrica de chocolate y sólo uno de ellos recibirá un regalo sorpresa:
la fábrica misma.
Poco a poco, los
billetes dorados comienzan a aparecer. El primero le corresponde a Augustus
Gloop, un niño gordinflón y tragón con un apetito desmesurado. El segundo le
cae en suerte a Veruca Salt, una mocosa malcriada por sus adinerados padres que
le dan cualquier capricho que se le antoja, cueste lo que cueste. La siguiente
es Violet Beauregarde, digna imagen de su madre, una competitiva niña que es
campeona del mundo de mascar chicle ininterrumpidamente. En cuarto lugar aparece
el boleto de Mike Teavee, todo un teleadicto y practicante empedernido de los
videojuegos, sobre todo de los violentos. Por último, Charlie Bucket, que se
hace con su billete al comprar una pastilla de chocolate Wonka con un billete
que encuentra en la calle. En esta situación he querido ver un ligero destello
de egoísmo en Charlie, quien a pesar de su pobreza, decide malgastar en
chocolate el dinero en lugar de entregarlo en la oficina de objetos perdidos o,
en su defecto, a sus padres.
El día fijado a la
hora fijada, los cinco niños, acompañados por un pariente, acceden en compañía
de Willy Wonka al interior de la fábrica de chocolate. Allí descubren un mundo
increíble, rebosante de caramelos, dulces, chocolates y golosinas de todo tipo.
A medida que avanza la acción, la mala educación y la falta de humildad de los
niños les hacen caer en “trampas” ideadas por Willy para ir eliminándolos a
todos menos a su heredero. Me voy a centrar en una de estas trampas en
concreto.
En un momento de la historia, Willy Wonka les muestra a los cuatro niños que
quedan (Augustus Gloop había sido succionado por una enorme aspiradora de
chocolate) su increíble invento de una goma de mascar, que es capaz de sustituir
a tres platos a la vez. A medida que se mastica se tiene la sensación de haber
degustado, primeramente, una sopa de tomate, luego “roast beef” y, por último,
un delicioso pastel de arándanos. Willy persuade a los niños para que no lo
ingieran, pues aún no lo ha perfeccionado. Pero Violet no puede soportar la tentación
y decide por su cuenta probar el chicle. Al principio, la sensación de los dos
primeros platos es indescriptible. En cambio, al llegar al pastel de arándanos,
su piel comienza a tornarse morada y su cuerpo comienza a hincharse hasta
convertirse en un enorme arándano.
Bien. La física comienza aquí. ¿Es Violet un arándano viviente o una persona
arandanizada? Sea como sea, esto no importa. ¿O sí? Veamos. Si Violet pesa unos
40 kilogramos antes de ingerir el chicle y después de masticarlo se hincha como
una enorme pelota rellena de jugo de arándano, ¿cuál será su peso ahora? Pues,
como en la película no se observa ninguna transformación masa-energía ni
viceversa, cualquier científico de medio pelo diría que la masa-energía debe
conservarse. Y aquí es donde viene a cuento lo de si Violet es persona o no
cuando se arandaniza. Si es persona, tendrá la densidad media de una persona,
que tomaré igual a la del agua, es decir, unos 1000 kilogramos por metro
cúbico. La pregunta tenía trampa, pues aunque Violet fuera un arándano, su
densidad seguiría siendo parecida.
Entonces, ¿qué masa debería tener ahora una
persona esférica con un diámetro de 3 metros, aproximadamente? Como casi todos
sabréis, la masa se puede estimar a partir del producto de la densidad por el volumen
del cuerpo. Si éste es esférico, el resultado es directo y, en nuestro caso, (o
mejor dicho en el de la desdichada Violet, porque yo no querría ese cuerpo ni
en broma) el volumen ascendería a 14.137 litros, siendo la masa de la niña de
14.137 kilogramos, es decir, unas 14 toneladas. Recordad que un poco más arriba
habíamos dado por sentado que la masa total se conservaba. Por tanto, eso hace
que la masa del chicle mágico ascienda a unos nada despreciables 14.097
kilogramos. La moraleja es que Violet, además de poseer el récord mundial de
masticación de chicle, debe acaparar asimismo el de levantamiento de goma
masticable.
Y la cosa no acaba aquí. En efecto, si las dimensiones del chicle son de 8 cm
de largo por 2 cm de ancho y 2 mm de espesor, la densidad debe ascender a 4400
millones de kilogramos por metro cúbico; unas 200.000 veces mayor que la de los
elementos más densos de la tabla periódica. Realmente una goma de mascar densa
de verdad. No es de extrañar que en ella se condensen los sabores de tres
platos de forma simultánea. Risa me dan los zumos concentrados.
Claro que me podríais argumentar que si los niños pueden sujetar con facilidad
el chicle entre sus dedos es porque tiene un peso normal y una densidad también
normal, como la de cualquier arándano vulgar y corriente. En este caso, un
cálculo similar al anterior en el que seguimos suponiendo que se cumple el
principio de conservación de la masa-energía, nos conduce a un valor de la
densidad del maltrecho y henchido de morado jugo cuerpo de Violet de unos 2,83
kilogramos por metro cúbico. Más o menos la densidad del gas butano y algo más
que la del metano. No quiero ni imaginarme el olor de los pedos…
Fuente:
Adam Weiner Don't
try this at home: The physics of Hollywood movies, Kaplan Publishing, 2007.
Me encanta la película y he disfrutado mucho el post.
ResponderEliminarChapeau.
Off-topic: Agatha, hoy he visto el post "Gravitón vs Magneto" en el blog "La onda cero" Como sabemos lo mucho que te gusta la Física en le Ciencia Ficción, te lo enlazo por si no lo conocías. Saludos.
ResponderEliminarhttp://lahoracero.org/graviton-vs-magneto/