Me gusta mucho leer y suelo leer muchas cosas: ensayo, divulgación, filosofía, novelas. Mi promedio desde hace años es de 50 libros anuales, esto es, aproximadamente un libro a la semana. Suelo leer más de un libro simultáneamente y antes de terminar ya tengo decidido cuál o cuáles van a ser los siguientes en pasar por la trituradora de mi cerebro. Procedo así, sea bueno o malo, mejor o peor, pero solamente rompo esta regla cuando un amigo publica un libro, porque los amigos son lo más importante después de la familia.
José Manuel López Nicolás es amigo mío desde hace ya unos cuantos años. Él dice que soy mala gente pero que a mí me lo perdona todo. Esto también es de ser amigos y las pocas veces que nos vemos, disfrutamos (creo) el uno del otro, nos reímos, charlamos, y también compartimos penas, yo más que él porque es un tipo fuerte y yo un alfeñique. Casi nunca estamos de acuerdo porque él suele equivocarse a menudo y, no obstante, cuando, tristemente, nos tenemos que despedir solemos darnos un beso (casto, ¿eh?) porque los hombres también se besan aunque sean heterosexuales y hay que hacerlo más. Siempre le echo de menos porque le necesito...
Sin embargo, no estoy aquí, en mi blog, casi un año después de la última vez para contar mis tribulaciones, sino para reseñar su penúltimo libro, Un científico en el supermercado, que acaba de ver la luz gracias a Planeta de Libros. Un libro que, creo yo, marcará un camino a seguir en la divulgación en nuestro idioma. Y esto es muchísimo, os lo aseguro.
Un científico en el supermercado se lee como una novela, y esta es su segunda mejor virtud. Porque la primera es su categoría, lo que hay dentro: su inmensa capacidad de aglutinar no pocas disciplinas científicas como la física, la química, la biología, la matemática y muchas de sus ramas tales como la nanotecnología, la genómica, la proteómica, etc., etc.
Resulta muy fácil leer el libro de José pero os puedo asegurar que no es nada sencillo escribir de esa forma que solamente él sabe. Por sus poco más de 300 páginas desfilan el marketing pseudocientífico que a buen seguro conocéis todos los que leáis su blog Scientia, la quimiofobia que nos invade, la alimentación de los astronautas, los peligros y riesgos del consumo irresponsable de las bebidas energéticas, la cosmética, la homeopatía, la ciencia del deporte de élite en lo referente a la ropa, las pelotas de tenis, las raquetas. José es capaz de triturar sin piedad a los personajes famosos que anuncian sin pudor, sirviéndose de su imagen pública, productos con escasa o ninguna utilidad, haciéndonos creer en fundamentos científicos sin ninguna base que los sustente. No los nombra pero resultan todos ellos fácilmente reconocibles e identificables. Justo por esta razón resultan más dañinos y peligrosos, lo cual da idea de su poder mediático y de influencia.
Un científico en el supermercado está escrito en un estilo que no suele ser habitual en la divulgación actual: en forma de diálogos o conversaciones con diferentes personajes. Unas veces son amigos o compañeros de trabajo del autor, otras veces su dicharachera hija Ruth y, cómo no, su peculiar y parlanchina abuela. Las charlas con estos personajes son las disculpas que introduce José en el texto para compartir con nosotros todo su saber y su conocimiento, su experiencia como investigador y científico, pero también como consumidor y persona. Tan pronto diserta sobre alimentación, pesticidas, antibióticos, aceite de palma, productos sin lactosa o gluten, detox, suplementos vitamínicos, enriquecidos con vitaminas, naturales y ecológicos, el azúcar libre o añadida, como se pasa a la alimentación del futuro próximo (insectos, medusas o carne sintética). Y, de repente, se sale con un curso multidisciplinar acelerado sobre la ciencia en el arte o el cine, en los toros o en las procesiones de Semana Santa, de las que presume con orgullo ser aficionado herniado. Él vale para todo, incluidas las matemáticas del sorteo de la lotería de Navidad, o los distintos tonos de color en el pelaje de los gatos, las curiosas técnicas para beber de felinos y perros, elefantes o caballos. Aquí entra todo. En este sentido, Un científico en el supermercado es una pequeña gran enciclopedia científica.
Hacedme caso y leed esta joya porque puede que no volváis a encontrar otra, a no ser que a José le dé por volver a la carga con otro de sus trabajos. No os perdáis, en especial, el capítulo 11 porque es una maravilla, un sentido homenaje a la forma en que trabaja la ciencia, tanto básica como aplicada. Ojalá todo el mundo fuese consciente de esto. Un científico en el supermercado constituye un compendio de pequeñas cosas que hacen que el conjunto sea mucho más que la suma de las partes, nos muestra el camino para ser cultos (porque la Ciencia es Cultura, con mayúsculas), constituye un arma muy poderosa en manos de los ciudadanos, una herramienta que puede evitar que seamos manipulados o engañados y, sobre todo, que nos hará más libres para tomar nuestras propias decisiones. Un pequeño GRAN libro que os hará contemplar el mundo con otros ojos y ya nunca volveréis a ver igual. Estáis atrapados...
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