En el año 1954 William Golding
publicó El señor de las moscas (Lord of the flies), su obra más
conocida. En esta novela, llevada al cine en 1963 por Peter Brook y en 1990 por
Harry Hook, se relatan las peripecias de un grupo de niños que, tras sufrir un
accidente aéreo, caen en una isla abandonada. Lejos de convertir la aventura en
un relato optimista sobre la supervivencia, la amistad, el compañerismo o el
afán de superación, tal y como había hecho, por citar un ejemplo, el mismísimo
Jules Verne en novelas como Dos años de
vacaciones (Deux ans de vacances,
1888) o La isla misteriosa (L’île mystérieuse, 1883), Golding
aprovecha para hacer un relato crudo, descarnado y sin concesión alguna a la
sensibilidad del lector, en el que los niños van evolucionando progresivamente
hacia una sociedad basada en la ignorancia, la violencia y el desprecio
absoluto por la razón.
Al principio, la diversión y el
ocio ocupan todo el tiempo de los niños. Se bañan en el mar, saltan, brincan,
juegan, exploran. Lejos de toda influencia por parte de los adultos, los
muchachos dan rienda suelta a todos sus deseos reprimidos. Pero enseguida la
cosa cambia y tanto el aburrimiento como el hambre hacen su aparición. Se hacen
imprescindibles una cierta disciplina y unas reglas de comportamiento, como en
cualquier civilización, por básica que ésta sea. Los niños tienen que cazar,
pescar y recolectar frutos para poder sobrevivir. Además, con la esperanza de
que algún barco o avión pase por allí y los rescate, toman la decisión de
mantener encendida una hoguera. Pero, ¿cómo hacer fuego?
Entre los robinsones se encuentra
un niño, apodado Piggy (cerdito), de cuerpo agradecido con la grasa abdominal, asmático y
miope, por lo cual delante de los ojos lleva unas estupendas gafas. Ralph, el
muchacho que inicialmente lleva la voz cantante, se las pide prestadas un
instante, las sitúa encima de unas ramas secas y haciendo pasar los rayos
solares a través de uno de los cristales, consigue concentrar la luz en un
punto y encender la llama. Todos los niños chillan de júbilo y se ponen a
bailar para celebrarlo. ¡Perfecto! ¡Ay, si los primeros homínidos hubiesen
llevado gafas!
Normalmente, uno contempla
semejante escena y se maravilla de la capacidad creativa de la mente humana,
pero no le da más importancia. Sin embargo, un tipo como yo, que también
comparto el mismo defecto visual que Piggy y que, entre otras cosas, empleo
varias semanas cada curso académico en explicar a mis estudiantes los
fundamentos físicos de las lentes y espejos y demás misteriosas leyes de la
óptica, no puede dejar pasar la oportunidad y desaprovecharla. Dejadme, pues,
que os cuente algunas cosas muy sencillas pero a la par interesantes sobre las
lentes (o gafas, si lo preferís).
El ojo humano es un instrumento
óptico asombroso. Descrito de una forma muy elemental, consta de una córnea,
que es la superficie más externa, una lente denominada cristalino, justo detrás
y, en la parte posterior, la retina, que
es la zona donde se forman las imágenes de los objetos que están ante nosotros.
Estas imágenes producen señales de tipo eléctrico que se transmiten al cerebro
a través del nervio óptico y allí son interpretadas, transformándose en “lo que
vemos”.
La luz procedente de los objetos
atraviesa primeramente la córnea, se desvía ligeramente debido a que ésta
presenta un índice de refracción distinto al del aire, luego atraviesa el
cristalino donde la desviación se acentúa aún más y, finalmente, incide sobre
la retina. Para distinguir nítidamente objetos que estén más o menos cerca de
nuestros ojos, disponemos de los músculos ciliares, que se encargan de
flexionar más o menos el cristalino, con lo cual provocan que la imagen del
objeto observado se forme siempre sobre la retina. Si esto no fuera así,
veríamos los objetos sin nitidez, borrosos. Esto ocurre, por ejemplo, cuando os
acercáis demasiado a una página de un libro ya que los músculos ciliares no son
capaces entonces de acomodar adecuadamente el cristalino. En otras ocasiones,
el ojo presenta defectos como pueden ser la hipermetropía o la miopía, entre
otros.
La hipermetropía se produce
cuando la imagen del objeto se forma detrás de la retina y es un defecto debido
a la falta de convergencia del cristalino, es decir, a su incapacidad para
refractar o desviar la luz lo suficiente como para que la imagen caiga sobre la
retina. Para corregirlo, lo que se hace es poner delante del ojo una lente
convergente, positiva o también llamada biconvexa. Ésta consiste, normalmente,
en un vidrio con un índice de refracción adecuado, diseñado de tal forma que las
dos superficies, las que se encuentran a cada lado del mismo, sean convexas
(curvadas hacia fuera). Dos rayos de luz que incidiesen paralelos por una de
las caras de la lente, emergerían por la otra de tal forma que se encontrarían
en un punto, es decir, ambos rayos convergerían (de ahí el nombre de lente
convergente). Como el propio cristalino es una lente convergente, al colocar
otra delante del ojo, lo que se consigue es “acercar” la luz que se había
marchado más allá de la retina y hacerla incidir en su sitio.
La miopía es todo lo contrario.
Se trata de un defecto visual consistente en un exceso de convergencia del
cristalino, con lo cual ahora la imagen del objeto observado se sitúa por
delante de la retina. Para corregirlo se necesita hacer que la luz incidente se
aleje de ese punto demasiado cercano, para lo cual se emplea una lente
divergente, negativa o bicóncava. En este caso, las dos superficies se tallan
de forma que sean cóncavas (curvadas hacia dentro). Al incidir dos rayos
paralelos sobre esta lente, emergerían alejándose uno del otro, es decir,
divergerían. Tras atravesar, posteriormente, el cristalino convergerían
adecuadamente sobre la retina, corrigiendo el defecto.
Una forma práctica de distinguir
una lente convergente de otra divergente consiste en tocarlas. La primera es
más gruesa en el centro que en los bordes, mientras que la segunda presenta
mayor grosor en los bordes que en el centro. El poder de convergencia de una
lente positiva depende de una cantidad que denominamos focal. Ésta es la
distancia que hay entre la lente y el plano donde se formaría la imagen de un
objeto que estuviese muy alejado de aquélla. Cuanto más pequeña sea la focal,
tanto más convergente es la lente. También existe una forma práctica de saber
cuál de dos lentes es más convergente. Solamente hay que enfocar los rayos del
Sol sobre un papel; la que forme la imagen más próxima a la lente será la de
menor focal, es decir, la más convergente. Además, el tamaño de la imagen
también aumenta tanto con el valor de la focal como con el diámetro aparente
del Sol (desde la Tierra, éste es de 32 minutos de arco).
Casi cualquier cosa puede ser una
lente. Únicamente se requiere que el material sea lo suficientemente
transparente como para dejar que la luz lo atraviese y que su índice de
refracción sea adecuado para el propósito que se le quiera dar. Así, incluso un
pedazo de hielo tallado de forma apropiada con sus superficies convexas puede
constituir una lente convergente, como cualquier lupa normal y corriente. Si se
hace incidir luz del Sol en una de las caras del hielo se puede lograr
concentrar el suficiente calor en la zona deseada (yo lo hacía sobre una
hormiga cuando era un niño y contemplaba con gran deleite cómo se transformaba
en carboncillo humeante). El inconveniente es que el hielo se funde poco a poco
por la cara donde inciden los rayos, con lo cual se va modificando la focal y
se debe ir corrigiendo la posición de la lente helada.
Una vez que hemos comprendido
algo mejor el funcionamiento de las llamadas lentes convergentes y divergentes,
volvamos de nuevo a nuestros traviesos náufragos. Si las primeras son capaces
de concentrar la luz y, consecuentemente, el calor en una zona más o menos
pequeña dependiendo de su focal y, por el contrario, las segundas provocan que
los rayos cada vez se alejen más entre sí una vez atravesadas, resulta bastante
sencillo llegar a la conclusión de que es perfectamente plausible lograr
encender un fuego con una lente convergente, pero absolutamente imposible con
una lente de tipo divergente. Como nuestro pobre Piggy es miope, las gafas que
lleva deben ser de este segundo tipo. Por más que su amigo Ralph pretenda
concentrar los rayos solares con ellas, mucho me temo que se va a quedar con
las ganas de conseguir encender el fuego de esta manera. Lástima que no haya
ningún niño con hipermetropía…
P.D. En 1983 William Golding
recibió el premio Nobel de literatura. El de física nunca lo habría merecido.
¡Plop! ¿cómo sabes que el chico es miope?
ResponderEliminarPorque así consta, literalmente, en la novela de William Golding.
EliminarAyuda mucho haber leído la obra. En ella se describe a Piggy como "fat, asmathic and short sighted".
ResponderEliminarYo leí "Lord of the Flies" en el cole, hace más de 30 años. No me acuerdo de mucho y tampoco me dio después por volverlo hacer en español pero está entre las tres novelas que no aborrecí durante mi época de lecturas impuestas. Otra fue "Animal Farm". La tercera no la recuerdo pero seguro que la hubo. Lo siento, "El Quijote" con dieciséis me pareció un ladrillo.
Muy divertido Sergio, gracias por regalarme mi próxima petulancia durante la ronda de vinos del sábado.
No recuerdo si en la novela se le describe como miope, pero en la peli, esas lentes son de hipermétrope. Si os fijáis en la imagen, la mejilla que se ve dentro de la lente, es más grande. Eso nunca pasa con las lentes para miopía, y sí para las de hipemétrope.
ResponderEliminarSí, efectivamente. Pero en la novela se dice expresamente que Piggy es miope (shortsighted, en inglés). además, existe más de una versión cinematográfica y no queda tan claro lo que dices en todas ellas.
EliminarPero lo más importante de todo es que, sea como fuere, todo esto ha servido de disculpa para aprender un poquito de óptica. ¿No te parece? ;-)
Por supuesto! La releí por última vez hará unos 7 años, y ya te digo,no recordaba si expresamente ponía lo de miope....Gracias por el blog y por publicar mi comentario!
EliminarGracias a ti. Los comentarios siempre son bienvenidos, constituyen la vida de un blog.
EliminarPor eso fue mi pregunta...observé ese lente, la mejilla, y no me cuadraba...pero POR SUPUESTO, toda la explicación está muy buena. Esto me hizo recordar cuando supe que la imagen se formaba al revés...¡no lo podía creer!
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