La
edad de los prodigios: Terror y belleza en la ciencia del Romanticismo es
un libro editado en 2012 por Turner
Libros en
su excelente colección Noema. Su autor, Richard Holmes, es un
afamado biógrafo británico, profundo conocedor de la literatura y la ciencia
de la época. Ha escrito las biografías de los poetas Samuel Taylor Coleridge y
Percy Bysshe Shelley. Es el ganador del National Books Critics Circle Award y
del premio de la Royal Society al mejor libro de divulgación, así como
finalista del premio Samuel Johnson de la BBC.
En La edad de los prodigios,
Holmes encadena de forma amena y rigurosa una serie de historias sobre algunos
de los personajes más relevantes de la ciencia durante el último tercio del
siglo XVIII y el primero del XIX, una época que se ha venido denominando el Romanticismo.
Este período de tiempo, según el autor, fue relativamente breve y puede
datarse, de forma aproximada, entre la primera expedición del capitán James
Cook alrededor del mundo, iniciada en 1768, y el no menos mítico viaje de
Charles Darwin al archipiélago de las islas Galápagos, iniciado en 1831.
El
libro de Holmes es extenso (más de 600 páginas), está profusamente anotado,
ilustrado y salpicado de poemas escritos por los mismos hombres que
constituyeron las cabezas visibles del movimiento científico de aquella época
gloriosa. Entre ellas, quizá la más dotada para el talento poético y literario
fue la figura de Humphry Davy, el arquetipo de genio, el inventor de la lámpara
que tantas vidas salvaría a los mineros de todo el mundo, evitando la
inflamación y explosión del temido grisú. Pero también el hombre ambicioso,
egocéntrico, que gustaba de la buena vida y estar rodeado de gente poderosa,
aristócrata.
El
Romanticismo en la ciencia nos trajo la idea de una ciencia pura, desnuda de
intereses, ya fuesen de carácter ideológico o políticos y religiosos.
Proliferaba la imagen del científico (término que se acuñaría, a propósito, en
esta época, después de no poca controversia) solitario; el momento ¡Eureka! que
parecía preceder a un gran descubrimiento. Eran tiempos de viajes exploratorios
a las grandes regiones desconocidas del planeta, como los ya citados viajes de
Cook o Darwin y también a las regiones desconocidas de África, como el de Mungo
Park, quien perdería la vida a manos de los nativos. Pero también estaban las
primeras hazañas a bordo de aquellos ingenios llamados globos aerostáticos, que
tanta expectación e interés despertaron entre unos ciudadanos ávidos de
descubrimientos y aventuras. Los accidentes y las muertes de no pocos de sus
osados protagonistas salpicaron y tiñeron de un cierto pesimismo aquellos
inventos maravillosos, capaces de generar tanta belleza como terror.
A
diferencia de la ciencia anterior, la de la Ilustración,
restringida a un pequeño círculo de sabios y eruditos, la ciencia del
Romanticismo trajo consigo uno de sus más grandes logros: el de la divulgación, el proceso
mediante el cual se pretendía llevar el conocimiento científico al público,
fuese cual fuese su clase social. En ello tuvieron mucho que ver el propio
Michael Faraday, quien durante años había sido el asistente de laboratorio de
Davy. Pero, sobre todo, las figuras de Caroline Herschel y, más aún, de Mary
Somerville. La divulgación comenzó siendo cosa de mujeres y a ellas debemos
mucho de lo que hoy es este campo. Aquella fue una época de fundación de nuevas
instituciones científicas como la Royal Institution (a cuyo frente estuvo nada
menos que Michael Faraday), la Geological Society, la Astronomical Society y la
British Association for the Advancement of Science, entre las más destacadas.
Por
el libro de Holmes pasan muchos personajes secundarios (aunque no por ello irrelevantes)
que pueden encontrarse reseñados brevemente al final del texto en un apéndice
muy útil. Pero, sobre todo, el grueso de la obra está centrado en tres grandes
personalidades, cuyas biografías se van entrelazando unas con otras hasta hacer
del relato una perfecta crónica tanto de sus vidas personales y profesionales,
como de la sociedad y pensamiento de los años que les tocaron vivir. En efecto, La edad de los prodigios comienza con un extenso capítulo
dedicado a Joseph Banks, el botánico oficial del Endeavour, el barco del capitán
Cook, y quien años después presidiera la Royal Society durante más de cuatro
décadas, hasta su muerte.
La
segunda gran personalidad que se aborda en el libro es la de William Herschel,
descubridor de Urano y autor, junto a su hermana Caroline, de un catálogo con
miles de nebulosas. Herschel, aunque no era británico de origen, vivió casi
toda su vida en Inglaterra y a este país consagró la práctica totalidad de sus
descubrimientos en el campo de la astronomía.
Finalmente,
el tercero en discordia, nada menos que Humphry Davy, ya citado anteriormente.
En
definitiva, y si os interesa mi opinión personal sobre el libro, os diré una
cosa: creo que la ciencia actual tiene una deuda casi impagable con el Romanticismo y los genios que en él vivieron y
llevaron a cabo su trabajo de forma altruista, muchas veces incluso a riesgo de
perder sus propias vidas. Aunque solamente sea por rendirles un más que
merecido homenaje y recuerdo, vale la pena emplear unas horas en leer el magnífico
libro de Richard Holmes. ¡Hacedme caso!
Te hice caso ;-)
ResponderEliminarAbrazos
Y, por lo que he visto en tu blog, no te has arrepentido ;-)
EliminarAbrazo, Dani.
¿esto no lo habías publicado ya en tu anterior blog?
ResponderEliminarJuraría que sí y que por eso está en mi lista de libros para pedir.
Sí, ya hace un tiempo. ¿Aún no lo has pedido? :-P
EliminarQué memoria tengo eh....
ResponderEliminarpedirlo lo he pedido...pero nadie ha tenido a bien regalármelo. Veremos los Reyes.
Buenos días. Tiene usted un regalo de reyes por adelantado en forma de Premio Dardo. Puede pasarse por mi blog para recogerlo: http://biogeocarlos.blogspot.com.es/2014/01/premios-dardo.html
ResponderEliminarUn abrazo, desde la admiración. ;)
Acabo de terminarlo....un millón de gracias una vez más. Me ha encantado, he aprendido y lo he disfrutado muchísimo.
ResponderEliminarMil gracias
Y yo que me alegro.
EliminarTiene buena pinta!
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