Jonathan Osterman era un físico
nuclear que desarrollaba su trabajo de investigación en el área de los campos
intrínsecos de la materia durante la década de los años 50 del siglo XX. En un
accidente desafortunado, queda atrapado en la cámara de su laboratorio y sufre
la total extracción de su propio "campo intrínseco" (sic),
desintegrándose por completo. Dado oficialmente por muerto, logra
milagrosamente recomponer su estructura atómica, bajo una nueva apariencia y
dotado de asombrosos superpoderes. Desnudo, excelentemente dotado y rodeado de
un resplandor azulado, a partir de entonces será conocido por el mundo como el
doctor Manhattan, uno de los miembros de los Watchmen, los superhéroes
protagonistas de la novela gráfica creda por Alan Moore y Dave Gibbons, llevada
recientemente al cine de la mano de Zack Snyder en Watchmen (Watchmen,
2009).
Cuenta James Kakalios en su libro
The Amazing Story of Quantum Mechanics
que el color azul del doctor Manhattan se le ocurrió a Dave Gibbons por simple
descarte. Al parecer, por un lado, el color rojo hacía parecer al personaje
estar rodeado de llamas, mientras que el color verde le asemejaba demasiado a
Hulk. Por otro lado, el resto de la gama de tonos harían parecer que su piel
era normal, cuando lo que se pretendía era lo contrario, dadas las
circunstancias especiales de la terrible experiencia vivida por Osterman. Así
pues, se optó por darle el tono azul brillante que todos conocemos. Y, según el
mismo Kakalios, quizá la opción elegida fuese, al fin y al cabo, la más
adecuada. ¿Por qué? Veamos.
Desde principios del siglo pasado
era conocido que ciertos medios transparentes como el vidrio, el agua o algunas
sustancias cristalinas emitían un débil resplandor blanco-azulado cuando se
situaban en las proximidades de fuentes radiactivas intensas. La misma Marie
Curie había llegado a informar sobre la observación del fenómeno en las
botellas que contenían sus célebres sales de radio, brillando en la oscuridad
de su laboratorio parisino. Eclipsado por la importancia intrínseca de los
descubrimientos en el campo de la radiactividad de la época y también porque,
en un principio, se atribuyó su origen a una clase de fluorescencia, el
fenómeno anterior pasó desapercibido hasta el año 1929, cuando un francés
llamado L. Mallet descubrió el efecto que hoy conocemos con el nombre de
radiación Cherenkov. Su nombre no ha pasado a la historia debido a que su
trabajo no aportaba una explicación teórica de las observaciones llevadas a
cabo.
Las investigaciones básicas
fueron realizadas desde 1934 hasta 1938 por el físico experimental Pavel A. Cherenkov,
mientras se encontraba bajo la dirección del profesor Sergei I. Vavilov. En
1937, otros dos físicos teóricos, ambos miembros de la Academia de Ciencias de
la URSS, Ilya Frank e Igor Tamm proporcionaron la base teórica. Tanto a
Cherenkov, como a los dos últimos, se les otorgó el premio Nobel en 1958 por
sus contribuciones.
Lo que conocemos como radiación
Vavilov-Cherenkov o, simplemente, radiación Cherenkov, es un fenómeno óptico
análogo al célebre "boom" supersónico producido por objetos voladores
cuando superan la velocidad del sonido. También se puede contemplar un fenómeno
similar cuando un barco se desplaza velozmente por el agua. Si la embarcación
permanece quieta y perturbamos la superficie del agua (dejando caer una piedra,
por ejemplo) observaremos un grupo de ondas circulares concéntricas (el centro
coincide con el punto donde arrojamos la piedra) que se van alejando
progresivamente. Por contra, si el barco comienza a moverse, las ondas dejan de
ser concéntricas y conforme aumenta la velocidad, tienden a concentrarse cerca
del punto donde se encuentra la proa. Si se supera la velocidad con la que las
ondas se propagan en el agua, se llegan a formar dos frentes de onda (uno a
cada lado del barco) que se aprecian al dejar un rastro en forma de V, en el
que el vértice de la letra coincide con la proa. En el aire se observa un
fenómeno totalmente análogo, sólo que en tres dimensiones, formándose una
superficie en forma de cono cuyo eje coincide con la dirección en que se
desplaza el objeto volador.
El análogo óptico
(electromagnético) a los dos efectos previos (mecánico y acústico) se conoce
como efecto Cherenkov y tiene lugar cuando una partícula cargada eléctricamente
se desplaza a través de un medio transparente con una velocidad superior a la
de la luz (ondas electromagnéticas) en ese mismo medio. Y no debéis entender
esto como una violación de los preceptos de la relatividad especial de
Einstein. Efectivamente, la velocidad que ningún objeto material (dotado de
masa) puede superar es la de la luz en el vacío (299.792, 458 km/s). Lo que
sucede es que la luz viaja a distintas velocidades en los diferentes medios,
siempre dependiendo del valor concreto del índice de refracción de los mismos.
Así, en el agua, la velocidad de la luz es tan sólo un 75 % del valor que presentaría en el vacío, ya
que el índice de refracción es 1,33 en lugar de 1. No resulta extraño,
entonces, encontrar ciertas sustancias radiactivas capaces de emitir electrones
(radiación beta) y que éstos superen con relativa facilidad la velocidad de la
luz en el medio concreto en que se encuentren.
Suponed que tenemos un electrón (vale
cualquier partícula con carga eléctrica) que atraviesa en línea recta una
lámina de vidrio. En las regiones próximas al paso del electrón, se produce una
polarización, es decir, las nubes electrónicas de los átomos que forman el
vidrio se desplazan respecto a las posiciones que ocupaban previamente debido a
la repulsión culombiana originada por el electrón viajero, dando lugar a unas
estructuras denominadas dipolos. Si la velocidad de la partícula cargada no
supera a la de la luz en el vidrio, a los dipolos les da tiempo suficiente a
ordenarse de forma simétrica con respecto a la posición instantánea del
electrón. De esta manera, no emiten radiación alguna. En cambio, si la
velocidad supera la de la luz en el vidrio, el escenario es totalmente
distinto. Ahora, la disposición de los dipolos es asimétrica, ya que no tienen
tiempo de seguir al electrón hiperlumínico. Los dipolos comienzan a emitir
radiación todos ellos en un único ángulo con respecto a la dirección original
de la partícula que atraviesa el medio (por tanto, todas las emisiones forman
una superficie cónica, cuyo eje coincide con la dirección del movimiento). Las
radiaciones de cada dipolo interfieren de forma constructiva y se produce una
luz coherente similar a la de un láser. Esta luz es la radiación Cherenkov y,
en el caso del agua o el vidrio, el ángulo del cono de emisión es de unos 41º.
Para el aire, tan sólo algo superior a 1º.
El trabajo de Frank y Tamm
permite deducir que la cantidad de energía que acompaña a la radiación
Cherenkov varía inversamente con el cuadrado de la longitud de onda de la
misma, es decir, se concentra en la región violeta-azul del espectro visible. Y
este es el mismo tono azulado brillante que se observa en el agua de la piscina
de un reactor nuclear. ¿Y sabéis dónde más? ¡Exacto! En la piel del doctor
Manhattan. ¿Produce entonces, de alguna forma, el peculiar doctor, partículas
cargadas eléctricamente a altas velocidades que emiten radiación Cherenkov?
Preguntadle a su dibujante, Dave Gibbons, que fue quien eligió el color de
puñetera casualidad, ¿no? Él sabrá...
Fuentes:
The Amazing Story of Quantum Mechanics. James Kakalios. Gotham Books. 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario