Aproxímate (reseña)

Si no me falla la memoria, éste es el sexto libro que publica Javier Fernández Panadero, todos ellos en la editorial Páginas de Espuma. Son libros absolutamente para todos los públicos, pues Javi ya lo advierte en la portada de cada uno de ellos, donde pone bien visible: LA CIENCIA PARA TODOS.

Hace unos cuantos años, durante unas jornadas a las que asistí como invitado-ponente celebradas en CosmoCaixa-Alcobendas tuve el privilegio de conocer personalmente a Javi. Curiosamente, él también me conocía a mí, aunque fuera de oídas. Se me acercó, se presentó y comimos juntos. Desde entonces, nos queremos, nos respetamos y hemos compartido alguna que otra Fanta, que es la única bebida alcohólica que bebe este profesor de Secundaria, uno de los mejores que conozco, sin duda, y no conozco pocos.

Javi fue el primer autor de libros de ciencia cuya mano estreché, pues yo era un recién aterrizado en este mundillo de la divulgación científica, y me hizo una ilusión enorme. Ha llovido mucho desde entonces y ahora, pasada casi una década, puedo decir que tengo el enorme privilegio de contar con la amistad de no pocos, y de haber leído y disfrutado muchos de sus libros.

Pero no he venido aquí a dejarme seducir por la nostalgia, ni mucho menos. Muy al contrario, me dispongo a reseñar la última joya que ha salido de la pluma de Javi, y antes de comenzar, quiero dejar muy claro que es la mejor (para mi gusto y en mi humilde opinión) de las seis.

Aproxímate es el breve pero conciso título (y no carente de un segundo sentido, no sé si intencionado o no) del libro del que pretendo hablaros a continuación. Para empezar, un detalle menor en apariencia pero que para mí siempre juega un papel decisivo: la portada. La portada de Aproxímate es espectacular, destaca ya a una cierta distancia en la estantería de cualquier expositor de libros y te llama, te invita a "aproximarte". Fue verla por primera vez y decirme: ahí dentro tiene que haber algo especial. Tiene sencillez, un cierto toque naíf y, al mismo tiempo, describe perfectamente lo que incluye en su interior. Un trabajo redondo.

No obstante, lo mejor está dentro, en cuanto abres el libro. Ya en la Introducción, la primera frase es definitoria de cómo Javi entiende la divulgación científica y cuál es su filosofía a la hora de divulgar, de enseñar, de transmitir lo que nos pretende contar. Con su permiso, copio literalmente:

"Si me preguntas cualquier cosa sobre el mundo, mi respuesta será una de estas dos:

1. No lo sé.
2. Depende."

¿Se puede ser más sincero y humilde? Pienso que no y es porque, como él, yo también comulgo con la idea de que es preferible decir que no sabes algo a creer que eres la pera limonera. La ciencia es duda constante y la divulgación de la ciencia es la lucha constante contra la duda del que te escucha y quiere que le expliques, le ayudes a entender, a descubrir, a pensar por sí mismo.

Animar a pensar por uno mismo es el objetivo principal del libro de Javi porque como también él mismo afirma en varios capítulos "una de las cosas que más nos gusta de la ciencia es la libertad para poder construir nuestras propias certezas." Pero no os confundáis, que fomentar e inculcar el pensamiento crítico, el escepticismo en los demás no está al alcance de cualquiera y en esto Javi es un m-a-e-s-t-r-o, con todas las letras. Para ello, se sirve de lo que más atrae la atención y el interés de la gente, y no es otra cosa que los ejemplos cotidianos, los que nos podemos encontrar en tantas y tantas situaciones de nuestras vidas. Y eso es otra de las virtudes de los libros de Javi, que al mismo tiempo que nos enseña ciencia, nos da lecciones de vida. Somos afortunados por tener profesores a tiempo completo como él.

Mientras leía Aproxímate, le iba dando la paliza a Javi por Twitter. El primer día le escribí: "Ya he leído 100 páginas de tu libro". Al día siguiente: "Jefe, 200 páginas liquidadas de tu libro. Mañana liquidao...". Por fin, al tercer día: "Libro terminado, compi. Me ha encantado, de verdad." Y es que es la pura verdad, en tres tardes lo devoré porque es muy ligero, ágil y se lee muy fácil, las explicaciones son muy claras y se siguen sin dificultad. Es ciencia para todos, sin necesidad de conocimientos previos. De hecho, ambos pensamos que el libro sería especialmente conveniente y adecuado para personas de las que odiosamente llamamos "de letras". Porque por las 254 páginas de Aproxímate desfilan invitaciones a construirnos certezas, a medir, a intentar, a probar una y otra vez, cada intento un poco mejor que el anterior, cosas que están al alcance de todos y con las que nos podemos encontrar a diario, tanto en clase como en casa, el supermercado, la urna de las elecciones, la administración de loterías, la cocina o la farmacia y la tienda de electrodomésticos, por citar tan sólo algunos ejemplos.

El libro está dividido en 49 capítulos muy breves, de 4-5 páginas, incluso menos. En cada uno se explica uno o varios conceptos muy sencillos pero de enorme utilidad a la hora de ayudarnos a tomar una decisión fundamentada, razonada, sobre algún asunto que afecta o podría afectarnos en nuestra vida. En este sentido, me han gustado especialmente los dedicados a la cantidad de agua desperdiciada cuando nos cepillamos los dientes o nos duchamos sin mucha atención; el exceso de azúcar en las bebidas refrescantes que ingieren nuestros hijos; el sesgo que se introduce durante los sorteos por la letra del apellido; la improbabilidad de hacerse millonario en los juegos de azar; los ensayos clínicos a doble ciego; el uso malintencionado de las gráficas; el timo de la homeopatía; la eficiencia de los electrodomésticos; los descuentos engañosos de algunos establecimientos con pocos escrúpulos; cómo aproximarnos al número pi sin más que arrojar granos de arroz a un círculo y un cuadrado dibujados en el suelo. Todos y cada uno al alcance de cualquier persona que quiera aprender a pensar como un científico sin querer serlo necesariamente y sin caer en los sesgos cognitivos en que caemos en ocasiones incluso los que nos dedicamos profesionalmente a la ciencia.

En definitiva, un libro para curarse de anumerismo y mimar el sentido común que tan descuidado tenemos en los tiempos que corren. Un libro que puede ser enormemente útil para la gente joven, sobre todo si hacen caso de las pistas, enlaces y reclamos constantes que les deja el autor en todas y cada una de las páginas de Aproxímate. ¡Aproximaos, no tengáis ningún temor! El rey de los popularizadores os mostrará el camino. Esto es auténtica CIENCIA PARA TODOS. 


¿Qué debería conocer toda persona hoy sobre ciencia?

Hace más de 25 años que soy profesor. Aunque no os lo creáis los que no sois profesores, cada día me sigo sorprendiendo con mis estudiantes, tanto para bien como para mal. Me explico.

Si bien es cierto que estar todo el día rodeado de gente joven que comienza a descubrir el mundo de la ciencia resulta enormemente gratificante, que los chavales me sorprenden una y otra vez con sus ocurrencias, sus ideas, las preguntas que me hacen o las sugerencias que me plantean, no deja de serlo también lo perplejo que me quedo en muchas ocasiones, no sé si demasiadas, con la ignorancia que manifiestan sin ningún pudor y con descaro sonrojante para mí y, aparentemente, nada para ellos.

¿A qué me refiero? ¿Estoy equivocado y lo que para mí es una ignorancia imperdonable es perfectamente normal para ellos? ¿El ciudadano promedio (si es que existe tal concepto) pensará igual que ellos o que yo? ¿Se puede llegar a la universidad en semejante estado? Es más, cuando salgan de ella, ¿seguirán igual?

Supongo que no habréis entendido nada de lo que estoy hablando, ¿verdad? Pues bien, os pondré ejemplos concretos, a ver si consigo que captéis lo que quiero decir. Hace unas tres semanas mis estudiantes leyeron un libro de divulgación científica, uno de los diversos trabajos que les propongo a mis alumnos todos los años es la lectura de tres libros a razón de uno por mes que dura la asignatura de Física que imparto en el primer curso del Grado en Biología. El libro en cuestión era Orígenes. El universo, la vida, los humanos (lo reseñé hace algún tiempo aquí). De los tres bloques claramente diferenciados de que consta el texto, el primero de ellos está dedicado a la física y en él se tratan asuntos como la cosmología y el origen del universo, la estructura íntima de la materia, la materia y energía oscuras, etc. Al finalizar el plazo de lectura, les hago un pequeño test sobre el libro, con preguntas muy básicas en las que busco información sobre qué han entendido, qué les ha causado mayor y menor dificultad en la lectura, su opinión sobre determinados aspectos o ideas que se reflejen en el texto y, sobre todo, me fijo con gran atención en su forma de expresarse. Pero todo esto no es lo que quiero tratar ahora.





Lo que os quiero contar es que tras revisar atentamente los tests de mis estudiantes (no olvidéis que ya son universitarios, aunque sean de primer curso) me llamó muchísimo la atención que prácticamente más del 90 % de ellos manifestaban las enormes dificultades que habían tenido a la hora de "comprender" el bloque referente a la física y el universo. Se quejaban de que no habían entendido muchos de los términos que aparecían, que no sabían lo que eran los quarks, no les sonaban en absoluto términos como materia oscura, energía oscura, leptones, bariones, hadrones, modelo estándar y un largo etc. No habían disfrutado de esta parte del libro porque, según ellos, debían acudir continuamente a otras fuentes de información (léase Wikipedia, mayormente) para poder proseguir con la lectura y, claro, el ritmo se rompía constantemente, haciendo que algunos de ellos incluso renunciasen y pasasen rápidamente de página. En cambio, el segundo bloque, el referente a la biología era su favorito, a pesar de aparecer en él términos como ADN, ARN, mitocondria, nucleótido, adenina, citosina, guanina, timina, etc. y que no les habían causado ninguna dificultad de comprensión.


Podríais decirme que es lógico el resultado porque a buen seguro me restregaréis por la cara lo que os he dicho, esto es, que son estudiantes del Grado en Biología. Pero insisto en que son estudiantes de primer curso, es decir, acaban de ingresar en la universidad y, por tanto, la base que pueden tener sobre biología es la misma que sobre física: el Bachillerato. ¿Adónde quiero llegar? Parece evidente, ¿no? ¿Por qué les es familiar todo el vocabulario de la biología y no el de la física de hoy?


Pero dejadme que vaya un poco más allá, aunque reconozco que las preguntas que os he planteado, aunque haya sido entre líneas, en los párrafos previos son peliagudas y podrían dar para plantear no poco debate sobre el estado de la educación secundaria en nuestro país y, sobre todo, el de la cultura científica de nuestros jóvenes. Lo que yo quisiera saber es vuestra opinión sobre el asunto de los conocimientos básicos, elementales, obligatorios si queréis, que debería poseer cualquier chaval de hoy al finalizar su educación preuniversitaria. Me refiero en concreto a conocimientos científicos sobre física, química, biología, geología y matemáticas.

Y me interesa tanto porque no os vayáis a pensar que únicamente la lectura de los libros que les propongo a mis alumnos han hecho saltar mi detector de humos personal. Es porque cada día, durante mis clases, surgen media docena de situaciones parecidas. Ayer mismo, mientras estudiábamos la radiactividad, les pregunté quién había descubierto los rayos X. No lo sabía ninguno; el concepto de antipartícula es misterioso, por no decir absolutamente desconocido, para una gran mayoría; lo de E = mc2 les suena pero no saben muy bien lo que quiere decir; y así, día tras día, año tras año.

Voy al grano, entonces, y ya para finalizar. Os propongo una colaboración que consiste en lo siguiente: ¿cuáles creéis que son los conocimientos de ciencia básicos, ineludibles, imprescindibles, obligatorios, que debería poseer cualquier persona que anduviese por la calle hoy en día? Con una selección de las que tengáis a bien sugerirme, os prometo que escribiré un libro dándoles respuestas sencillas y comprensibles por todos. ¡¡Gracias!!

 

Nibiru, el Zodíaco y otros Apocalipsis varios

Hacía mucho tiempo que no me sentaba un domingo por la tarde delante de la televisión a ver una de esas películas de bajo presupuesto, mucha imaginación  y escaso, por ser generoso, bagaje científico. Seguro que sabéis de lo que estoy hablando, ¿verdad?

Pues bien, este domingo por la tarde tuve la suerte de coincidir con uno de esos callos recalentados que pusieron en Cuatro TV. Se titulaba Zodíaco: los signos del Apocalipsis. No me digáis que la cosa no prometía. Si es que no pude resistir la tentación, se me iba el mando a distancia él solito hacia el canal correspondiente.

El argumento era de lo más manido que se pueda uno echar a la cara. Unos arqueólogos descubren en una mina de plomo en Perú una piedra enorme con forma de disco y representados en ella los doce signos del Zodíaco, así como el Sol y las órbitas de nueve planetas a su alrededor. Los signos del Zodíaco giraban con un peculiar mecanismo y la piedra mostraba el camino hacia otra piedra que, al parecer, poseía unas extrañas propiedades "semi-mágicas"... o sin el "semi".

Entre los nueve planetas, al parecer, no se encontraba Plutón y la cosa me sonaba bastante rara porque, según se decía en la película, los creadores del pétreo Zodíaco no habían sido otros que los antiguos sumerios. Suponiendo que estos conociesen los otros ocho planetas de nuestro Sistema Solar, hasta Neptuno, la pregunta era obvia: ¿cuál era el noveno planeta representado? Dejad, dejad, no perdáis el tiempo especulando, yo os lo diré: se trataba nada menos que de Nibiru. Venga, va, podéis echaros unas carcajadas. Espero un rato para que os recuperéis del choque.


Bien, si ya estáis recuperados, continúo un poco más. Resulta, además, que el pedrusco, roca o similar que se encontraba oculto dentro de una especie de gruta secreta a la que daba acceso el mecanismo zodiacal antes aludido, cae en poder de la Agencia de Seguridad Nacional. Con ayuda de unos científicos muy majos y altamente colaboracionistas, descubren que la piedra es sensible a ciertas radiaciones electromagnéticas que, perdonadme pero no fui capaz de entender demasiado bien, emitía el mismo Nibiru, el cual, a su vez, se encontraba en rumbo de colisión con el Sol. Cuando la piedra no estaba encerrada en un contenedor de plomo y captaba las susodichas "señales" de Nibiru, pegaba unos fogonazos terribles que fulminaban a todo aquel que se pusiese a su alcance. Además, el malvado noveno planeta estaba desencadenando, a su vez, toda una serie de catástrofes a nivel global: géiseres de fuego, tornados, lluvias de meteoritos. Pero lo mejor de todo era que estas catástrofes tomaban la forma de los signos del Zodíaco (si no comprendéis el significado pleno de esta última frase, por favor, ved la película; ni yo mismo daba crédito a lo que mis ojos contemplaban con estupor y rubor máximo). Seguro que ahora entendéis por qué los sumerios ocultaron hábilmente la piedra en una mina de plomo. Cucos eran ellos...


Tampoco quiero estropearos del todo el espectáculo, así que mejor no destriparos el final de tan emocionante aventura. En cambio, sí me gustaría aprovechar la pintiparada ocasión que me brinda tan original telefilm para explicaros un poquito alguna sencilla cuestión física que se me planteó a medida que transcurría el metraje. Se trata de la temperatura que podría ir alcanzando el planeta Nibiru a medida que iba acercándose al Sol en su inevitable caída procedente de allende los confines del Sistema Solar.

Veréis, un modelo muy empleado en física cuando hablamos de cuerpos que emiten y/o absorben radiación electromagnética, como puede ser el calor mismo (en forma de radiación infrarroja) es el de cuerpo negro, esto es, una abstracción que consiste en suponer que dicho objeto absorbe toda la radiación que incide sobre él, incluida la luz (de ahí que sea negro). Aunque resulte extraño, dicho cuerpo negro emite radiación, dependiendo de su temperatura, según la conocida ley de Planck. Así, a temperaturas relativamente bajas emitirá radiación infrarroja y a medida que la temperatura aumenta, lo hará con radiación visible, ultravioleta, rayos X y así, sucesivamente.


Pues bien, lo interesante es que tanto los planetas como las estrellas tienen la costumbre de comportarse de forma muy parecida a cuerpos negros. En consecuencia, resulta bastante sencillo calcular cómo varía la temperatura de un planeta en función de su distancia al Sol. El valor que se obtiene para la Tierra es de 17 °C, dato que se acerca mucho a la realidad (tened en cuenta que es un valor promedio) siempre que no se tenga en cuenta el efecto de la atmósfera, la cual tiende siempre a incrementar la temperatura media del planeta debido al efecto invernadero que produce.

Otra conclusión a la que se puede llegar de forma casi elemental es la de que si tomamos como referencia la temperatura de la Tierra en los 17 °C antes aludidos, se puede calcular la temperatura de cualquier otro planeta sin más que conocer su distancia al Sol. Para ello basta dividir la temperatura de la Tierra (eso sí, expresada en kelvin, la unidad de temperatura en el Sistema Internacional de unidades y que resulta ser de 290 K para nuestro planeta: 273 + 17 = 290)  entre la raíz cuadrada de la distancia (expresada en unidades astronómicas o UA, que son la distancia media entre la Tierra y el Sol, equivalente a unos 150 millones de kilómetros). Un planeta que estuviera situado a 2 UA del Sol tendría una temperatura promedio en su superficie de 290/1,4142 = 205 K = - 68 °C; en cambio, otro situado a solamente 100 millones de kilómetros soportaría temperaturas del orden de 290/0,8185 = 354 K = 81 °C. Aplicad lo anterior a Mercurio, cuya distancia media al Sol ronda las 0,39 UA y obtendréis su temperatura teórica: 464 K = 191 °C. Comparadla ahora con el valor conocido que menciona la Wikipedia de 440 K = 167 °C. Evidentemente, las discrepancias vienen de la enorme diferencia entre las temperaturas de la cara iluminada y la oscura de Mercurio. Así y todo, el nivel de acuerdo es sorprendente. Por otro lado, el caso de Venus resulta muy interesante, pues la temperatura predicha es de 342 K = 69 °C y, sin embargo, la real ronda los 737 K = 464 °C. Hoy sabemos que nuestro planeta "gemelo" está rodeado de una espesa cubierta atmosférica constituida en un 96 % por dióxido de carbono, que genera un efecto invernadero desbocado y hace que la temperatura alcanzada sea suficiente para derretir el plomo, cuyo punto de fusión es de 600 K = 327 °C. Sacad vuestras propias conclusiones para el planeta Nibiru que se nos muestra en Zodíaco: los signos del Apocalipsis.


Una última cuestión que queda pendiente es la distancia mínima a la que Nibiru puede acercarse al Sol. Efectivamente, si no quiere ser destrozado y reducido a escombros (antes de ser fundido, por supuesto, debido a las altas temperaturas) debido a que supere el límite de Roche, el acercamiento tendrá un máximo. El límite de Roche es la distancia mínima a la que un satélite puede orbitar a su planeta madre sin verse fragmentado a causa de los efectos de marea (por supuesto, dicha distancia es entre los centros de ambos cuerpos). Dependiendo de las características elásticas del satélite y de las densidades medias tanto del planeta como del susodicho satélite, el límite de Roche suele oscilar entre dos valores, uno máximo y otro mínimo. Por supuesto, quien dice planeta madre y satélite también puede hacer referencia al Sol y un planeta, un planeta y un asteroide, etc., esto es, cualesquiera dos cuerpos que orbiten uno al otro.

En el caso de la Tierra y el Sol, el límite de Roche oscila entre 500.000 km y 1.000.000 km. Esto significa que nuestro planeta se encuentra mucho más lejos de la zona peligrosa. El primer valor (500.000 km) corresponde a un punto en el interior de nuestra estrella, ya que su radio asciende a 700.000 km; en cambio, el segundo valor (1.000.000 km) corresponde a un punto situado a 300.000 km por encima de la superficie solar.


No conocemos ni la densidad media ni las características elásticas de Nibiru pero, admitiendo que fuesen similares a las de la Tierra, los valores obenidos para el límite de Roche del noveno planeta tendrían que coincidir con los de nuestro querido punto azul pálido. No sin antes decir que a 1.000.000 km del Sol (no considero la situación en que Nibiru se encontrase en el interior del Sol, a 500.000 km de éste) su temperatura habría alcanzado los 3552 K = 3.279 °C.  Solamente el elemento tungsteno de la Tabla Periódica posee un punto de fusión superior (3.422 °C).


Antes del alba (reseña)

Nicholas Wade, entre otros muchos méritos, ha sido editor y colaborador de las revistas Nature y Science durante 15 años. En Antes del alba: recuperando la historia perdida de nuestros ancestros  (Biblioteca Buridán, 2015) hace un repaso extraordinariamente ameno y documentado de los orígenes del ser humano, desde que se separó hace 5 millones de años del antepasado común que compartió con los chimpancés.

El libro de Wade está organizado en 12 capítulos que abordan cuestiones tan interesantes como la salida de las primeras poblaciones ancestrales del continente africano, un grupo de seres humanos que probablemente no contaba con más de 150 individuos; su expansión hacia los otros continentes; la evolución de una vida nómada basada en la caza y recolección hacia la agricultura y el asentamiento en pequeños poblados; el origen del lenguaje moderno, hace unos 50.000 años; la socialidad; la aparición de las distintas razas, un concepto que aún suscita debates encendidos entre los expertos. 

Escrito con un lenguaje muy accesible y utilizando únicamente los tecnicismos justos, Wade nos va mostrando con maestría y capacidad divulgadora los avances más recientes en los campos de la  arqueología, la paleontología, la antropología y muy especialmente de la lingüística y la genética. Construye así una historia coherente y consistente con la teoría de la evolución que aporta un gran número de respuestas a temas que van desde la metamorfosis de los simios hasta convertirse en humanos, la pérdida del pelaje, la presencia de presiones evolutivas para la aparición del lenguaje y la más que probable existencia de un gen asociado al mismo, el papel de la agresividad y las guerras en el desarrollo de sociedades curiosamente más pacíficas, el canibalismo, la aparición y evolución de la religión, la privacidad del sexo y su efecto apaciguador de la agresión entre machos hasta llegar al ser humano moderno, sobre quien aún sigue ejerciendo su peso la evolución darwiniana, una fuerza activa y vigorosa. ¿Hacia dónde irá en el futuro? Evidentemente, la genética tiene mucho que decir al respecto; muchas cuestiones ya han sido respondidas y otras muchas permanecen abiertas. Los futuros evolutivos humanos son muchos, sin duda; algunos de ellos serán forjados por el azar y los cambios aleatorios pero otros, a buen seguro, vendrán dados por la propia elección que hagamos. Estamos trabajando en ello...


De fusión humana y clonación nuclear (o similar)

En un futuro cercano, la compañía Lunar Industries Ltd ha establecido una base en la Luna con el objetivo de llevar a cabo labores mineras relacionadas con el procesado del regolito lunar y la posterior obtención de helio-3 a partir del mismo. En la base lunar Sarang tan solo hay una presencia humana, la de Sam Bell, encargado del trabajo de recogida de los contenedores donde se almacena el valioso elemento y su envío a la Tierra. El robot-inteligencia-artificial Gerty le acompaña y protege durante los tres años que duran las misiones y tras los cuales Sam es relevado por otro empleado de la compañía minera. El tiempo discurre para Sam entre charlas intranscendentes con Gerty, su trabajo, el visionado de cintas de vídeo y la construcción de una maqueta. Las comunicaciones con la Tierra no funcionan a causa de una avería del satélite y Sam recibe periódicamente mensajes grabados de su esposa y de su empresa transmitidos hasta la Luna vía Júpiter.

El párrafo anterior corresponde al argumento de la película Moon (Moon, 2009) y la acción se desarrolla cuando a su protagonista, Sam Bell, le restan únicamente dos semanas para regresar a la Tierra y reunirse con su esposa e hija, tras permanecer casi tres años aislado en la Luna. Pero entonces empiezan a suceder cosas extrañas...

Durante una incursión hasta una de las tres excavadoras-procesadoras que se encuentran repartidas por la superficie del satélite, Sam sufre un pequeño accidente que le deja inconsciente a bordo de su vehículo lunar. Cuando recobra la consciencia, se encuentra de nuevo en la base, sin saber cómo llegó allí. Gerty le dice que ha sido rescatado y le recomienda descansar hasta recuperarse completamente. Pero entonces, Sam comienza a ver y sentir cosas que no entiende, capta una conversación entre sus jefes en la Tierra y Gerty y comienza a sospechar. Decide entonces salir a investigar al lugar donde recuerda haber tenido el accidente y Gerty se opone, pero al final Sam logra engañarla provocando un pequeño accidente en las instalaciones de la base. Al llegar al vehículo lunar averiado se encuentra en su interior a otro Sam idéntico a él.

Lo cierto es que cuando vi Moon, mis sentimientos fueron encontrados. Por una parte, había no pocas muestras de buena ciencia y, por otra, el argumento y desenlace de la película me parecieron pobres y hasta inconsistentes. También había mala ciencia de la clásica. Empezaré por esta última diciendo que no es de recibo que una cinta del año 2009 y que pretenda ser fiel a las leyes de la ciencia muestre las escenas de paseos y excursiones fuera del edificio de la base lunar con gravedad lunar, mientras en el interior de la base o de los vehículos de transporte, la gravedad no se distingue de la terrestre. Mal, muy mal.

En cuanto a argumento y desenlace, no comentaré nada aquí y ahora, pues para ello sería necesario destrozar la película a quien no la haya visto y luego tengo que aguantar vuestras protestas, pataleos y malas babas. Así que os quedáis con la intriga de no saber mi opinión, mi sabia opinión.

En cambio, sí me detendré un poco más detenidamente en el asunto de la buena ciencia, aunque sea para variar en esta ocasión. Voy con ello.


La Tierra, sabido es, no tardará demasiado tiempo en padecer una crisis energética profunda mientras sigamos dependiendo exclusivamente de fuentes de energía como el petróleo y el carbón. De hecho, la previsión es que para el año 2050 la población humana podría llegar a superar con creces los 10.000 millones y con la demanda también creciente de energía, especialmente entre los países más desarrollados y los que se encuentran en vías de desarrollo desbocado, el asunto ha tomado tintes preocupantes. A todo esto hay que sumar la cuestión del cambio climático, con lo que la búsqueda de nuevas fuentes de energía que sean baratas y poco agresivas con el medio ambiente se vuelve incuestionable y perentoria.

Una de las soluciones más prometedoras ha sido, en las últimas décadas, la fusión nuclear (aquí podéis leer un artículo que escribí recientemente y que os puede servir como introducción para aclarar algunas dudas). En efecto, la energía nuclear de fusión, a diferencia de la que utilizamos en la actualidad, que está basada en la fisión nuclear, parece ofrecer la solución cuasi definitiva al problema de los residuos radiactivos que nos plantean las centrales nucleares de fisión, por no decir que la producción de energía en sí misma resultaría mucho más elevada y usando un combustible al alcance de la mano como es el agua de mar, del que se podría extraer el deuterio necesario. El deuterio es un isótopo del hidrógeno cuyo núcleo está constituido, además de por un protón como en el hidrógeno ordinario, por un neutrón.


A día de hoy, la investigación en fusión nuclear aboga por la idea de hacer fusionar núcleos de deuterio con núcleos de tritio (el otro isótopo del hidrógeno, cuyo núcleo contiene un protón y dos neutrones). Ahora bien, existen propuestas alternativas, y una de ellas consiste en utilizar uno de los isótopos del helio, en lugar del hidrógeno. En concreto, el isótopo elegido no es otro que el helio-3, precisamente el protagonista de nuestra película de hoy, Moon.

El helio-3 posee un núcleo compuesto por dos protones y un neutrón, esto es, un neutrón menos que el isótopo más común, el helio ordinario. La existencia del helio-3 fue propuesta por primera vez por el físico australiano Mark Oliphant en 1934 mientras trabajaba en el célebre Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge. Cinco años más tarde, en 1939, Luis Álvarez y Robert Cornog lo obtuvieron experimentalmente con ayuda de un ciclotrón.

En nuestro planeta podemos encontrar helio-3 pero en cantidades no demasiado generosas. Esto es debido a que, generalmente, se produce en el interior de las estrellas, que no son otra cosa que gigantescos reactores nucleares de fusión. Cuando una estrella expulsa material al espacio en forma de viento solar, algunos de estos núcleos de helio-3 llegan hasta la Tierra pero son rechazados tanto por el campo magnético como por la atmósfera, haciendo que muy poca cantidad caiga y se deposite sobre la superficie. Sin embargo, no todo el helio-3 que se detecta en la atmósfera procede del Sol; una porción procede de antiguas detonaciones nucleares llevadas a cabo desde la década de los años 1950. Asimismo, en el manto terrestre también hay helio-3 como consecuencia de los procesos que tuvieron lugar durante la formación primigenia de la Tierra. Se estima que la atmósfera contiene unas 37.000 toneladas de helio-3, el fondo de los océanos otras 1.200 toneladas y el manto terrestre podría contener entre 0,1 y 1 millón de toneladas, aunque esto es tan solo una sospecha, ya que no es accesible y únicamente tenemos constancia a través de las emisiones observadas durante las erupciones volcánicas o las dorsales oceánicas. Aunque podríamos plantearnos extraer todo este helio, lo cierto es que el coste sería más elevado que la energía obtenida posteriormente por fusión nuclear, lo que hace inviable la misión en la práctica.

El verdadero interés en la utilización del helio-3 como combustible nuclear se encuentra más allá de nuestro planeta. En los últimos años hemos vuelto nuestros ojos hacia la Luna. Debido a la ausencia de atmósfera y campo magnético, todo el helio-3 procedente del Sol se deposita sobre el regolito lunar, la capa de polvo y escombros que descansa en el suelo de nuestro satélite y que ha ido acumulándose durante más de 4.500 millones de años. Aunque no se conoce con exactitud, se estima que podría haber hasta 5 millones de toneladas.


Debido a que el helio es un gas, para extraerlo del regolito habría que cribar enormes extensiones de terreno (lo que podría alterar enormemente la superficie lunar) y posteriormente calentar el polvo hasta temperaturas cercanas a los 700 °C. Una vez procesado y almacenado sería enviado a la Tierra. Los expertos han calculado que el precio de extraer y transportar el helio rondaría los 1.000 dólares por gramo. Aunque parezca un coste elevado, resulta más barato que lo que ahora mismo se gasta con el carbón o el gas natural. Además, sacar una nave de transporte de la Luna es bastante menos costoso que hacerlo de nuestro planeta, ya que la gravedad lunar es tan solo un 17 % de la terrestre.

La proporción en la que se encuentra el helio-3 en la Luna varía enormemente con la geografía. Así, mientras en las áreas iluminadas por el Sol se encuentran entre 1.400 y 15.000 partes por billón, en las regiones en sombra permanente se pueden encontrar hasta 50.000 partes por billón. Sería necesario procesar unos 150 millones de toneladas de regolito para obtener una tonelada de helio-3. En relación a esto, cabe señalar que en la película se ha ubicado la instalación minera en la cara oculta de la Luna, lo cual no tiene mucho sentido, ya que aunque nuestro satélite siempre nos muestre la misma cara eso no significa que ambas caras no sean iluminadas por el Sol. Al igual que en la Tierra, las zonas de menor incidencia de la luz solar se encuentran en las regiones polares.

Pero vamos con lo realmente interesante, que no es otra cosa que la física del asunto. ¿Por qué ha surgido en los últimos años este interés por querer emplear el helio-3 como combustible para fusión nuclear, en detrimento de o como alternativa a la más establecida idea de fusionar deuterio con tritio? Bien, veamos.


En primer lugar, conviene recordar que el deuterio puede obtenerse del agua del mar en cantidades suficientes para abastecer los requerimientos energéticos del planeta durante muchos siglos. En cambio, el tritio es mucho más escaso y solamente se puede obtener con ayuda de un reactor nuclear mediante bombardeo a base de neutrones de blancos de litio, boro, nitrógeno o deuterio. Además, y esta es la clave del problema, cuando se fusiona deuterio con tritio se producen neutrones como resultado. Estos neutrones son altamente penetrantes debido a su masa elevada y su ausencia de carga eléctrica y, por tanto, inciden sobre las paredes del reactor de fusión, interaccionando con los materiales del mismo y provocando lo que se denomina activación neutrónica, es decir, hacen que los materiales con los que colisionan se vuelvan radiactivos y, en consecuencia, requieran un mantenimiento y precauciones añadidas, como el almacenamiento. Aunque el problema no es demasiado serio y se han contemplado medidas que subsanen estos contratiempos, lo cierto es que resultaría más deseable poseer una reacción de fusión nuclear "completamente limpia" y ausente de neutrones. Y aquí es donde entra el helio-3. En efecto, si se fusiona deuterio con helio-3 en lugar de tritio, los neutrones desaparecen; y lo mismo sucede cuando se fusiona helio-3 con helio-3. Lo que aparece como producto de la fusión son protones, con carga positiva, que pueden aprovecharse incluso para generar energía eléctrica mediante un tratamiento adecuado con campos eléctricos. Con neutrones no hay paraíso.


En vista de los argumentos anteriores podríamos pensar que todo está resuelto. Perfecto, de acuerdo, utilicemos helio-3 y prescindamos del tritio. Pues la verdad es que no resulta tan sencillo porque hay inconvenientes. Pensemos por un momento en qué es necesario para que dos núcleos atómicos se fusionen. Dado que los núcleos tienen carga positiva para acercarlos a suficiente distancia y ocurra la fusión hay que vencer la repulsión eléctrica entre ambos. Esto se hace sometiendo a los núcleos a temperaturas elevadísimas, del orden de varios millones de grados centígrados, lo que consume gran parte de la energía que luego se pretende obtener del proceso. Pues bien, resulta que cuantos más protones haya en el interior de los núcleos que se pretende fusionar tanto peor, pues la repulsión eléctrica aumenta muy rápidamente. El deuterio y el tritio tan solo poseen un protón cada uno; en cambio, el helio-3 posee dos protones. Diferencia tan nimia a simple vista hace necesarias unas temperaturas todavía mucho mayores, si cabe. Por añadidura, la fusión de deuterio con helio-3, a pesar de no generar neutrones directamente; lo cierto es que al encontrarse en el combustible nuclear muchos núcleos tanto de uno como del otro, se producirán fusiones indeseadas de deuterio con deuterio y éstas sí que dan lugar a los odiados neutrones.

En definitiva, y como cada vez que una nueva y prometedora fuente de energía buena, bonita y barata, se vislumbra en el horizonte, ésta presenta ventajas e inconvenientes, aparecen defensores y detractores de la misma. Mientras tanto, la ciencia sigue avanzando y proporcionando nuevos conocimientos que, a su vez, volverán a suscitar nuevas preguntas, debates encendidos y películas como Moon, tan cargada de inconsistencias...