El complejo de Copérnico (reseña)

Este libro de Caleb Scharf, director del departamento de astrobiología de la Universidad de Columbia y destacado colaborador de revistas como Science o Nature y canales de televisión como Discovery, plantea una pregunta clave desde el punto de vista filosófico-científico: ¿cuál es la relevancia del ser humano en el universo? Sin embargo, El complejo de Copérnico no es un libro de filosofía. La pregunta le sirve a su autor como excusa para hablar, sobre todo, de ciencia.

La mayor parte del texto, recientemente editado en español por Biblioteca Buridán, trata de cómo podemos llegar a responder a la pregunta anterior, de cómo nuestra búsqueda para entender cuál es nuestra relevancia cósmica está haciendo progresos prácticos que ponen en entredicho tantas ideas preconcebidas y tantas presunciones. Entre estas ideas destacan dos: el principio copernicano y el principio antrópico. El primer principio defiende la mediocridad o nula relevancia del ser humano en el universo, situándolo en un planeta normal que orbita una estrella normal en una galaxia normal. El segundo principio afirma todo lo contrario, es decir, somos especiales y nuestra existencia tan solo se puede explicar por una especie de "ajuste fino" de ciertos parámetros y fuerzas físicas: la proporción entre la fuerza gravitatoria y la eléctrica; el porcentaje de materia convertida en energía por la fusión nuclear en el interior de las estrellas; la densidad de materia normal en el universo; etc. Si queremos encontrar una respuesta satisfactoria a nuestra relevancia cósmica, Scharf aboga por buscar un camino entre las dos suposiciones anteriores (medianía y ajuste fino).

Pero, como ya he dicho, El complejo de Copérnico no es un libro propiamente de filosofía sino más bien de ciencia. No trata únicamente de saber si somos relevantes emocionalmente o filosóficamente, sino de forma objetiva y cuantitativa, con hechos y cifras, mirando hacia el tiempo y el espacio cósmicos o incluso hacia el microcosmos que nos rodea. Así, el autor nos lleva a lo largo del libro por un sendero en el que se pregunta por la historia de otros planetas, otros mundos en torno a otros soles de nuestra galaxia y más allá de ella. ¿Qué nos dicen la astrofísica moderna o la astrobiología acerca de nuestra mediocridad o relevancia cósmica?

Los descubrimientos más recientes de exoplanetas más allá del Sistema Solar no parecen tener un impacto simple porque, sorprendentemente, parecen reforzar al mismo tiempo tanto el punto de vista copernicano de mediocridad como el de que hay algo poco corriente y especial en nuestras circunstancias humanas. Hemos hallado una diversidad tan grande de mundos alienígenas que se nos plantean serias dudas acerca de cómo debemos cuantificar nuestra mediocridad cósmica. De hecho, nuestro sistema solar parece poseer características muy especiales entre otros sistemas solares asimismo muy especiales. Entre estos aspectos distintivos se encuentran, por citar solamente un par de ellos, la clase especial de nuestro Sol, que no figura entre los tipos más habituales de estrellas, o la elipticidad pequeña y poco común de las órbitas de nuestros planetas, todas ellas muy próximas a ser circunferencias.

Pero hay mucho más. Nuestro estudio de la cuestión no estaría completo si no somos conscientes plenamente de que es necesario incluir el paso del tiempo y la posibilidad del cambio en nuestra ecuación de la relevancia cósmica. A este respecto, la ciencia del caos también tiene algo que aportar. Descubrimientos recientes parecen predecir que nuestro sistema solar podría en un futuro comportarse de forma caótica, lo que conduciría a diferentes escenarios, algunos de ellos apocalípticos. Por otro lado, estos mismos estudios indican que nuestro sistema solar no se encuentra entre los sistemas planetarios que fueran particularmente caóticos en el pasado y ni siquiera los planetas de nuestro sistema solar parecen ser los tipos más comunes de planetas que pueblan nuestra galaxia, ni en tamaño ni en masa.

Otra cuestión decisiva es la que tiene que ver con la vida y, en concreto, con la química. La ubicuidad de la química del carbono en el cosmos que conocemos elimina cualquier gran sorpresa acerca de la propia bioquímica que poseemos en la Tierra. No poseemos una química especial los seres humanos, sino una parte de la química más variada y dominante de todo el universo. El mundo biológico-químico nos sitúa frente a frente con el que posiblemente puede ser el más grande de los retos a los que nos enfrentamos como especie si es que pretendemos averiguar cuál es nuestra relevancia cósmica: ¿estamos solos en el universo?

No sabemos cómo comenzó la vida en nuestro planeta, no sabemos si comenzó independientemente más de una vez o si lo hizo en algún otro exoplaneta. Algunos descubrimientos llevados a cabo en los últimos años y teorías propuestas sugieren que la vida podría fácilmente ser común y corriente; en cambio, otros sugieren todo lo contrario. Todo ello nos dice, sin lugar a dudas, que ahora mismo, en este preciso espacio-tiempo, nos falta información y que no hemos conseguido relacionar de una manera cuantitativa cuanto sabemos con el hecho de nuestra misma existencia. Más aún, ni siquiera tenemos la seguridad de que el universo que observamos hoy nos pueda contar la historia completa. Podríamos muy bien estar existiendo en el único período cósmico en el que la naturaleza del universo pueda inferirse a partir de observaciones de la realidad que nos rodea. Tanto es así que si hubiésemos existido hace 10.000 millones de años habríamos tenido muchas dificultades para detectar la emergencia de la energía oscura, por ejemplo, ya que apenas se habría manifestado como lo hace en la actualidad. Dentro de otros 100.000 millones de años, unos hipotéticos observadores del cosmos futuro decidirán con toda probabilidad que habitan en un universo completamente estático. ¿Y si en realidad nosotros fuésemos como ellos y nuestra visión de la realidad estuviese oscurecida por la propia naturaleza del universo? ¿Somos especiales o no, relevantes o mediocres?

El complejo de Copérnico finaliza proponiendo una nueva idea científica con respecto a nuestro lugar y relevancia en el cosmos, la que Caleb Scharf denomina principio cosmocaótico, alejado a partes iguales del principio copernicano y del antrópico, a medio camino entre el orden y el caos. Afirma que el lugar que ocupamos en el universo es especial pero no excesivamente importante; también es único pero no constituye en absoluto una excepción. Podríamos perfectamente ser seres especiales pero, al mismo tiempo, encontrarnos rodeados por infinidad de otras formas de vida de similar o superior complejidad, tan especiales o más que nosotros. Seguiremos buscando...