¿Hay envidias entre los divulgadores?

Soy persona pesimista en lo que se refiere a la vida, el mundo y el ser humano, lo reconozco. También soy consciente de que lo que voy a decir aquí dentro de un momento puede ser el fruto de una reflexión poco madura, precipitada y falta de razón debido al estado delirante de mi mente enferma. O quizá todo lo anterior no sean más que excusas para que me perdone todo el mundo y poder decir cuanto me apetece, se crea o no, se comparta o no o se esté de acuerdo o no. Sea como fuere, lo que ya mismo me dispongo a decir no es más que mi verdad, toda mi verdad y nada más que mi verdad. Que Dios reparta justicia... porque lo que es yo, solamente pienso repartir hostias como panes. Una cosa os advierto: siempre que escribo cosas como ésta muestro más en lo que no digo que en lo que realmente dejo escrito. La inteligencia de cada cual verá lo que quiera o pueda ver, ni más ni menos.

Veréis, llevo en este mundo de la divulgación científica hace ahora diez años. He conocido y conozco a unos pocos divulgadores, otros tantos blogs y bastantes más libros. Los he leído de todos los colores y de todos los pelajes. Hay divulgadores que son excelentes personas para tomarte unas cañas con ellos pero no para leer lo que escriben ni asistir a sus conferencias porque aburren al más voluntarioso de los dispuestos a aprender. Otros pensarán seguramente lo mismo de mí, y es muy comprensible. Puede que no sea importante pero creo que es un sano ejercicio decirlo. Y lo digo por una razón: creo que en esta especie de gueto que hemos creado, puede que sin pretenderlo, hay demasiado mamoneo, peloteo, sobeteo de lomo y cinismo, además de orgullo, vanidad, egoísmo, afán de protagonismo y otras lindezas (chupapollismo lo llaman algunos avispados y no tan políticamente correctos). Ni todos somos tan buenos ni tampoco nos lo deberíamos creer. En cambio, mejor haríamos en tirarnos los trastos a la cabeza de vez en cuando (en el buen sentido, por supuesto), criticarnos los unos a los otros (constructivamente, eso sí) y, lo más importante, hacer autocrítica.

Permitidme que os cuente una cosa. Hace tan sólo unas semanas, uno de mis posts en este blog fue subido a Menéame, ese nido de trolls rabiosos y spammers recalcitrantes donde todos ellos se dedican a insultar tanto a autores como a comentaristas, casi nunca aportando nada positivo a las noticias publicadas. Es lo que hay. Enseguida se montó una buena trifulca entre algunos comentaristas de mi post y como una servidora estaba guerrera decidí entrar en la batalla; por tocar los cojones más que nada. El caso es que surgieron entonces como por arte de magia un cenutrio y un exalumno mío, uno de esos mediocres ofendidos por mi forma de entender la enseñanza. ¡Ay del alumno que no sea capaz de superar a su maestro! ¿Y qué pasó? Pues que de los comentarios de aquellos dos descerebrados surgió, como si nada, el asunto de la tan manida recientemente "casta" de los blogueros, tuiteros y el chupapollismo que impera entre nosotros (todo según la opinión del troll-spammer aludido y cuyo nombre callaré, no vaya a ser que se crea importante, sabio y en posesión de la verdad; más bien, lo que dijo fue resultado de una pura casualidad y de sus envenenadas babas). Pero hete aquí que de aquellos comentarios, que yo misma azuzaba cada vez más, surgió en mi mente la idea de este post. La demostración palpable que de las malas babas de cualquier imbécil, la pluma de un genio como yo puede sacar provecho y crear una obra de arte.

El caso es que la palabra chupapollismo me ha estado repitiendo, como el peor de los chorizos, durante las últimas semanas. Me he parado a pensar y he llegado a la conclusión de que algo de razón sí que encierra. ¿Por qué nos sobamos el lomo los divulgadores? ¿Es sincero? ¿O se esconde algo más oscuro y siniestro detrás? ¿Acaso el halago no debilita al enemigo? ¿No es una forma de ganarte un futuro favor el adular ahora a tu competidor y viceversa? Preguntas y más preguntas que lanzo al aire, esperando respuestas. Quid pro quo, doctor Lecter.

Sin embargo, de cuando en cuando, una brisa caliente remueve mis neuronas. Quizá la verdadera razón de la aludida adulación no sea otra que uno de los siete pecados capitales, puede que el más despreciable de todos: la envidia. ¿No resulta razonable pensar que podemos acariciar el oído de alguien con el mezquino fin de conseguir lo que posee porque lo envidiamos? ¿Y qué es lo que codiciamos, Clarice? Comenzamos a codiciar lo que vemos todos los días. ¿Y qué vemos todos los días, Clarice? Blogs, blogs y más blogs.

Dicen que a buen entendedor, pocas palabras. Pues bien, quienes de vosotros me conozcáis o sigáis mi trayectoria, desde el principio o más recientemente, imagino que sabréis a qué sectas pertenezco y en qué ambientes me muevo en esto de la divulgación. Siempre he tenido defensores y detractores, eso también lo sé. Hay personas a quienes no les gusta la ciencia ficción y mi forma de divulgar les parece aburrida, sosa o sin interés. Puedo entenderlo. Del mismo modo, como ya he dicho más arriba, yo tampoco soporto a ciertos divulgadores y ciertas divulgadoras. Sencillamente, su estilo no va conmigo y no es capaz de despertar mis sinapsis. Ahora bien, lo que no me parece tan sano es la envidia, no me agrada esa sensación que me invade de cuando en cuando que me dice que alguien babea rabioso/a por las cosas que hago y la manera como las hago, sencillamente porque él/ella no es capaz y le gustaría la misma atención que a mí se me dispensa. Yo jamás he obligado ni he pedido a nadie que me quiera, aunque sea mucho amor el que necesite. Si les gusto a determinadas personas y si éstas son muchas más que menos, algo bien estaré haciendo para ellas, imagino. Si asisto a eventos donde me dejan charlar durante una hora mientras a otros solamente les permiten diez minutos, por algo bueno respecto a mí será. Si yo soy el primero al que se le ocurre dar una conferencia en sentido inverso, desde la última transparencia hacia la primera y hacerla, sin embargo, comprensible, ¿por qué hay personas que no lo digieren y se muestran molestas, acudiendo casi siempre a la indiferencia, o a los argumentos "ad hominem"? ¿Por qué no se les ocurrió a ellos antes? Con lo buenos que ellos/as son... Claro que los peores son aquellos que te critican a toro pasado y en público y cuando ellos nunca se han atrevido a asistir a los eventos que aplauden con las orejas al tiempo que critican por la espalda. Bienaventurados ellos por no hacer lo que están deseando, por criticar a quien envidian, porque de ellos será el reino de los mediocres.


No me quiero extender más. Pienso que ya he dicho suficiente para quien lo quiera entender. Al fin y al cabo, no hay como hacerse el loco o el tonto para que a uno no le tomen demasiado en serio; ¿no era esto lo que ponía en práctica el mítico teniente Colombo y después daba el zarpazo definitivo? Eso sí, como no quiero que saquéis una mala impresión de mí y se me acuse de desprestigiar a los demás, poniendo a salvo únicamente mi santo culo, os proporcionaré la prueba definitiva de que me considero tan culpable como el que más de los pecados de mamoneo, peloteo, adulación, chupapollismo y envidia. Esa prueba es la siguiente: ¿os habéis apercibido de que no he nombrado a nadie, de que he lanzado la piedra y he escondido la mano? Sí, yo también soy humano y tengo en mi debe las mismas bajezas, los mismos defectos e idénticas vergüenzas que aquellos/as a quienes he acusado. Soy un cobarde, un mal divulgador y peor persona. Afortunadamente, aún mantengo el sentido del humor... Ahora os toca a vosotros contribuir, si es que lo deseáis. Queda abierta la veda y prometo encajar deportivamente cuantas críticas me caigan y cerrar el blog, si son demasiadas. Más que nunca, este es un post abierto. ¡Gracias!