Hansel y Gretel se lo montan... ¡con un pato!

Si a todos cuantos leéis habitualmente este blog una servidora os tuviera que descubrir a estas alturas el cuento de Hansel y Gretel, también conocido como “La casita de caramelo”, de chocolate, de turrón, de gominola o cualquier otra chuche que se os pudiese pasar por la imaginación, mal íbamos a andar. Sin embargo y, a pesar de todo, lo haré porque estoy segura de que algún detalle de la historia lo tenéis olvidado en algún rincón de la tenebrosa nube de vuestros recuerdos infantiles.

Bien, vamos allá. Aunque existen distintas versiones del cuento de los hermanos Grimm, más o menos el rollo iba de lo siguiente: Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana. Ay, perdón, que eso no va aquí. Empiezo otra vez: Hace mucho, mucho tiempo, había dos hermanos, Hansel, el niño y Gretel, la niña. Ambos vivían en una humilde casita en el bosque, junto a su papá, que era leñador (en aquella época aún había árboles que talar) y su mamá, que era mamá. La verdad es que el negocio familiar no iba todo lo bien que sería deseable y pasaban más hambre que los becarios Erasmus y mucha más aún que los investigadores del CSIC. En una noche de calor insoportable en que la mamá sedujo al papá, tras el cigarrillo de rigor, aquélla le propuso a éste abandonar a los dos niños a su suerte, en lo más profundo del bosque. Dos bocas menos que alimentar le proporcionarían a la malvada seductora sustento y pitanza para poder subsistir, asistir a la pelu y poder estrenar su decimosexto par de zuecos. Al papá no le pareció una mala idea, pues llevaba algún tiempo con ganas de suscribirse a algún canal temático de deportes y ésta era la oportunidad pintiparada. Acordaron, pues, llevar acabo su diabólico plan, sin más dilación, al día siguiente.

Al amanecer, salieron todos de casa con la excusa de visitar Disney de los Bosques. Hansel y Gretel habían escuchado la malvada conversación de sus padres y, para no perderse, se les ocurrió que podrían ir dejando Gormitis por el camino. Cuando se dieron cuenta de que sus padres no estaban, desandaron el trecho hasta su casa con ayuda de los monstruitos de plástico. Al llegar a su hogar, amenazaron a sus progenitores con denunciarlos por maltrato, pero la cosa se apaciguó porque éstos les prometieron a los niños que al día siguiente contratarían la ADSL más veloz del mercado (evidentemente, el país de Hansel y Gretel no era España). Con el fresco del alba al día siguiente, su padre cogió a los niños de la mano y les pidió que lo acompañaran hasta la oficina de telefonía más cercana. Los hermanos, curados de espanto y con el mp3 detrás de la oreja, no se fiaron. Sin embargo, en esta ocasión, tan sólo pudieron esparcir por el sendero unos tristes "tazos" de cartón reciclado. Al cabo de un buen rato de caminar, la infame figura paternal se la volvió a jugar, aprovechando una distracción de los niños con la PSP. Hansel y Gretel intentaron encontrar el camino a casa, pero se había levantado un vendaval terrible y, claro, la PSP no era el iPhone 5 precisamente, con lo cual carecía de brújula incorporada, cosa por otra parte irrelevante del todo porque las baterías de las consolas se habían agotado. Los tazos habían desaparecido y los dos hermanos se encontraban perdidos. Se demostraba, una vez más, que la mejor solución a las desdichas de los niños es comprarles el último modelo de teléfono móvil, no sea que se pierdan.


Caminaron, caminaron y volvieron a caminar, pero siempre en círculos. Solamente cuando decidieron salirse por la tangente lograron avanzar. Y hete aquí que fueron a topar con un claro en el bosque donde, ante sus ojos, se mostraba algo increíble: una casita de caramelo, chocolate, turrón, gominola y muchas otras clases de chuches bien rebosantes de azúcar y grasas saturadas hasta las orejas. Como estaban muy cansados y hacía unas pocas horas que no veían la tele ni jugaban a la consola ni navegaban por el proceloso océano de Internet de los Bosques, decidieron entrar. Al estar tan aburridos se quedaron sobaos. Así fue cómo los capturó la bruja que vivía en la casa y que no era otra que la hermana de su mamá, es decir, su tía. Y menuda tía, no estaba buena ni ná. Pues bien, esta tía había hablado por el teléfono móvil de los Bosques con la mamá de los niños y juntas tramaron el plan B. Engordar a los niños hasta que pesasen más de lo razonable o, al menos, lo que le podría parecer razonable al juzgado de menores, el cual al ver a los niños rollizos y poco saludables les retiraría la custodia a sus progenitores y éstos, con lágrimas de cocodrilo resbalando por sus mejillas, se librarían de ellos para siempre. Un plan perfecto.

Lo que aconteció después es un rollo poco interesante, lleno de penurias y despenurias que no viene demasiado a cuento, porque esto es un post sobre física y no quiero extenderme con detalles superfluos para el asunto sobre el que me deseo centrar. Bien, el caso es que aprovechando un momento de descuido de la tía buena, justo cuando estaba dándose unas buenas friegas con la crema hidratante Chanel Allure de los Bosques, Hansel y Gretel lograron huir, pero no muy deprisa, ya que en aquel momento los niños ya estaban bien entraditos en carnes y rondaban los 75 kg. A Hansel, como era más bajito, aún se le notaba más. Pero aún así, consiguió llegar el primero hasta la orilla de un estanque. Debían cruzar al otro lado, pero no divisaron puente ni pasarela alguna. Al cabo de un rato, se acercó a ellos un hermoso pato dotado de blanco nuclear plumaje. De repente, a la mente de Hansel acudió, veloz como el rayo, el fugaz recuerdo de una idea que había visto en cierta ocasión en un programa de la tele de llamativo título: Quincuagésimo Milenio. Ni corto ni perezoso, le propuso al palmípedo animal que los subiese a él y a su hermana sobre su lomo y los condujese sanos y salvos hasta la orilla opuesta. Supongo que no os estaréis imaginando la cara que se le quedó al sorprendido animal cuando escuchó la propuesta de aquella mole infantil de calorías enlatadas. No daba crédito. ¿Qué leches les enseñaban ahora a los niños en el colegio?

El ave se puso a reflexionar un momento antes de aceptar la propuesta de Hansel. Y pensó lo siguiente:
“Yo tengo una masa de 5 kg y si floto en el agua es porque mi peso está exactamente compensado por el empuje de Arquímedes. El principio de Arquímedes afirma que sobre un cuerpo sumergido en un fluido actúa una fuerza (empuje) vertical hacia arriba exactamente idéntica al peso del volumen de fluido que desaloja. En consecuencia, y suponiendo, para simplificar, que mi cuerpo se puede aproximar por un paralelepípedo cuya base tiene una superficie de unos 1000 centímetros cuadrados y una altura de, más o menos, 20 centímetros, el volumen de agua desalojado por mi espléndido cuerpo ascenderá hasta los 5 litros, de lo que se deduce fácilmente que debo tener sumergidos bajo el agua 5 cm y, por contra, fuera de ella han de asomar forzosamente los otros 15 restantes. Si vuelvo ahora a aplicar el mismo principio de Arquímedes pero cuando el niño regordete se suba a mi grupa, resulta que me veré completamente sumergido en el agua o, dicho de otra forma, me hundiré siempre y cuando el chaval supere los 15 kg de peso. ¡Pero si este crío está rechonchito como una buena morcilla de Burgos y pesa lo menos 75 kg! La única posibilidad que vislumbro es hincharme a comer como un cosaco. Si consigo mantener la misma densidad que cuando pesaba solamente 5 kg, es decir, la cuarta parte de la densidad del agua, entonces siempre y cuando supere los 25 kg de peso como límite inferior mantendré a flote a Hansel (¿me dijo su nombre o estoy desvariando?). Vale, eso es lo que haré y así este cuento tendrá un final feliz, aun a costa de convertirme en un pato con obesidad mórbida.”

Y así andaba pensando el sabio y culto pato con formación científica versado en la estática de los fluidos del Bosque. Como no había mucho tiempo y el cuento se tenía que acabar, echó alas al bolsillo y sacando un tubo de pasta concentrada de hamburguesa de McDonalds del Bosque, la engulló con frenesí, notando al instante que se había pasado un pelín y que su cuerpo adquiría algo más que la masa crítica necesaria para transportar a los maltrechos hermanos. Pero, ay, en esto que al subirse Hansel a horcajadas sobre el desdichado pato, éste perdió momentáneamente la estabilidad y el sorprendido niño se precipitó al agua. Entonces, ocurrió algo asombroso. El pato, como animado por un ritmo incontrolable digno de la más pura y genuina danza masai, comenzó a oscilar arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, volviendo en cada ocasión a su posición inicial. Finalmente, se detuvo. Así, Hansel pudo volver a subirse a su lomo y al fin alcanzar la añorada orilla opuesta del estanque. A continuación, el pato procedió de la misma manera, esta vez con más cuidado, con Gretel. Los niños se despidieron con lágrimas en los ojos de su amigo y colaborador, no sin desearle antes una saludable dieta y una vigorizante tabla de ejercicios.

Una vez salvados, Hansel miró extrañado a su hermana Gretel, preguntándole si sabía lo que había sucedido y cuál era la razón de que el pato hubiese ejecutado aquella danza sin sentido. ¿Tenía efectos secundarios nocivos para la salud la pasta de hamburguesa concentrada?

“Nada de eso”, le contestó rotundamente Gretel. “Ha pasado una cosa muy sencilla, y si en lugar de ver tanta televisión y jugar compulsivamente a los videojuegos, te hubieras estudiado bien la lección de flotabilidad y dinámica de fluidos, lo entenderías perfectamente”. Mientras caminaban, Gretel le explicaba a Hansel que debido al nuevo tamaño del pato, éste debería haber respetado las leyes de la escala. Como su peso había aumentado en un factor 6, desde los 5 kg iniciales hasta los 30 kg después de ingerir la pasta de hamburguesa, su volumen debía de haberse incrementado en la misma proporción y, por lo tanto, ahora el paralelepípedo que constituía su nuevo corpachón tendría una base de 3310 centímetros cuadrados; su altura sería de 36,4 cm, de los cuales 9,1 estaban sumergidos en el agua y 27,3 flotando por encima de la superficie. Al subirse Hansel a su grupa, ésta se hundió hasta los 31,7 cm, dejando a flote únicamente 4,7 cm. Pero al caerse Hansel, el pato no tuvo más remedio que seguir las inexorables leyes de la física y comenzó a describir un movimiento armónico simple, cuya amplitud era de 22,6 cm, es decir, el cuerpo del pato subía y bajaba recorriendo en cada trayecto 45,2 cm (el doble de 22,6) y empleando 6 décimas de segundo en cada vaivén. Al final, el rozamiento viscoso con el agua lo había detenido. Todo encajaba a la perfección.

Aún caminaron un largo trecho hasta que finalmente divisaron las lucecitas de su casa. Al llegar se encontraron con una orden de desahucio clavada en la puerta y no había ni rastro de sus padres. Pero esa es otra historia…



MORALEJA: Mira la televisión y juega a la consola con moderación. No tires cartones al suelo, usa gormitis. No maltrates a tus padres, podrían mandarte a casa de una tía buena. Cuando vayas al parque ceba a los patos todo lo que puedas, quizá algún día un pato gordo pueda salvarte la vida. Y por último: ¡estudia física, cabrón!


Fuentes:

Don't try this at home. Adam Weiner. Kaplan Publishing. 2007.

272 exámenes de física. J.L. Torrent Franz. Tébar Flores. 1994.


Mi puto cerebro, Sergio L. Palacios (Ph. D.), Journal of mental taraos and absolutely superior intelects, Vol. 69, p. 69-96. November 2010.


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