¿Ojo de halcón? ¿De águila, o cualquier otra ave rapaz? ¿Videoarbitraje? Estos son algunos de los términos que, seamos o no aficionados al deporte, podemos escuchar en todas partes en estos días. ¿A qué se refieren? ¿Qué se esconde tras ellos?
Veamos, las personas que, como yo, tenemos la terrible desgracia de ser aficionadas al deporte del fútbol y, más aún, somos fans del equipo más grande del mundo y en el que juega EL MEJOR futbolista de la historia, hemos podido asistir el pasado fin de semana a un acto vergonzoso y un escándalo de alcance imprevisible, cuando en el campo del Real Betis Balompié, contemplamos con infinito asombro cómo el balón traspasaba más de medio metro la línea de gol y éste no era concedido ni por el árbitro ni por el juez de línea ni por Florentino Pérez. Una vez más, y ya van unas cuantas esta temporada 2016-2017, el mejor equipo del mundo era perseguido, humillado y vejado con oscuros (o blancos, según se mire) propósitos. Y es que el dolor se hace ya infinito en la capital de España, tras tantos años de no conquistar el título de liga por parte del equipo tradicionalmente conocido como Real Madrid.
Pero quizá os estéis preguntando el porqué de los párrafos anteriores, o qué pinta la ciencia en todo esto, por qué saco a relucir ahora mis colores, a estas alturas, cuando este blog publica el que será su último post antes de bajar definitivamente el telón para siempre. Pues muy sencillo, porque la ciencia, la tecnología y cómo estas llegan y/o deberían llegar a la sociedad tienen mucho que ver con el deporte y, muy especialmente, con el fútbol.
En 2004, ya hace casi 13 años, durante el transcurso de los cuartos de final del Open de Estados Unidos entre Serena Williams y Jennifer Capriati, se comprobó que muchas pelotas dadas por malas por los jueces de pista habían sido, efectivamente, buenas, lo que pudo influir de forma decisiva en el desenlace final del encuentro. Al año siguiente, se probó una nueva tecnología conocida como "ojo de halcón", que pasó a instaurarse oficialmente de forma definitiva un año después, en 2006. Todos los partidos de tenis que podemos ver por televisión en la actualidad ofrecen a los jugadores la posibilidad de solicitar un número determinado de veces la asistencia de esta técnica cuando albergan alguna duda sobre la decisión de los jueces. Durante unos segundos se corta el juego y el sistema informático analiza mediante el uso de varias cámaras que graban simultáneamente la posición y trayectoria de la bola, proporcionando una recreación a cámara lenta de lo que ha ocurrido durante la jugada en cuestión. Así, la decisión de los jueces puede ratificarse o rectificarse, dependiendo de lo que se vea en la pantalla. A continuación, el juego continúa como si nada.
Otros deportes, como el fútbol americano, también han adoptado desde hace mucho tiempo la asistencia de la tecnología como ayuda inestimable en la labor arbitral, o incluso contribuyendo también al espectáculo y el deleite de los espectadores, tanto en el terreno de juego como desde la pantalla de sus televisores en casa o en los bares, cosa nada despreciable en nuestro alcoholizado mundo. Piensen si no en cómo eran las retransmisiones de las pruebas de natación tan sólo hace unos años y cómo son ahora.
Hoy en día, solamente los necios pueden discutir el valor de la tecnología y la base sólida sobre la que descansa, que es la ciencia, en todos los ámbitos de la vida: desde las prendas que nos ponemos a diario hasta los medios de transporte que utilizamos, pasando por casi cualquier cosa que se nos ocurra (teléfonos móviles, placas de inducción, hornos microondas, consolas de videojuegos, ordenadores personales, impresoras 3D, drones, libros electrónicos, transbordadores espaciales, aparatos de resonancia magnética nuclear, luces LED de bajo consumo, etc., etc.).
Sin embargo, toda esta dependencia de la ciencia y la tecnología, aún no ha llegado al fútbol. Y una pregunta que me hago desde hace años es la que ya se hacía de forma harto insistente un viejo amigo mío: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Veamos, ¿tan difícil es instalar un microchip al balón y situar un detector magnético en cada portería, que eviten escándalos como el vivido este último fin de semana y que pudieran haber evitado otros similares en el pasado y que dolorosamente recordamos los salvajes y primitivos aficionados a este salvaje y primitivo deporte? ¿Por qué se ha hecho en otros deportes y en este no? ¿Por qué jugadores, entrenadores o incluso algunos presidentes, como el señor Enrique Cerezo muestran impúdicamente su opinión contraria al uso del "ojo de halcón" o cualquier otra tecnología? Y conste que no quiero entrar en teorías conspiranoicas. Simplemente me causa perplejidad que tantas personas se muestren contrarias a algo que parece de cajón: usar los medios a nuestro alcance para hacer que algo sea más justo y equitativo.
Porque eso es lo que hace la ciencia: contribuir a un mundo más justo, más equitativo, más democrático. Y, a pesar de todo, algunos se empeñan en seguir cerrándole el paso, en ponerle barreras y obstáculos que lo único que consiguen es que otros nos soliviantemos hasta el punto de que no nos quede más remedio que pensar en conspiraciones.
Me ha hecho siempre mucha gracia que tantos y tantos personajes célebres del fútbol se muestren contrarios al uso de la tecnología, del videoarbitraje. Pero esta semana ha sido el colmo, cuando el anteriormente aludido presidente del Atlético de Madrid, don Enrique Cerezo, afirmaba públicamente ante las cámaras: "Yo estoy en contra del videoarbitraje porque rompería la esencia de lo que es el fútbol".
Querido señor Cerezo, me gustaría hacerle una serie de comentarios y/o preguntas. Verá, sé que probablemente usted, como tantos niños de su generación, no tuvo buenos profesores de ciencias, de física, de química o de biología. Seguramente el sistema educativo tuvo mucho que ver en su ignorancia poco disimulada y muy atrevida. No obstante, quiero que piense en lo siguiente: ¿usted estaría en contra de la medicina y de los sistemas de detección precoz del cáncer, por ejemplo, porque rompen la esencia de lo que es la vida? ¿Se queda usted en casa de brazos cruzados cuando se encuentra mal, en lugar de acudir a un hospital, seguramente muy privado y dotado de los últimos avances tecnológicos, porque interferiría en la esencia de lo que es la vida y su desarrollo "natural"? Y ya sin ir a temas tan trascendentes y serios: ¿en verano, cuando está de vacaciones en un paraíso tropical, está usted en contra del aire acondicionado porque rompe la esencia de lo que es el calor, la esencia de lo que es la energía cinética de las partículas de aire, la esencia de lo que los físicos llamamos temperatura o es que está usted en contra de la atmósfera terrestre? Pregunte, pregunte a sus mimados futbolistas si están en contra de los coches deportivos que poseen porque rompen la esencia de lo que venimos en denominar mayormente como locomoción humana.
La necedad que os acabo de exponer no se encuentra únicamente en el mundo del fútbol. Eso sería estupendo, porque al fin y al cabo el fútbol no deja de ser una mierda para entretener a cuatro cabras locas que estamos aquí. Entrad, entrad en Twitter y veréis la cantidad de voces enardecidas que asoman cuando se tuitea sobre fútbol. Lo malo es que esta desconfianza hacia la ciencia y este comportamiento cerril resultan demasiado comunes. Si bien es cierto que tanto la ciencia como los que nos dedicamos a ella hemos dado lugar a tecnologías de nefastas consecuencias (el armamento nuclear, sin ir más lejos; o el vertido de sustancias tóxicas, el cambio climático o la destrucción de la capa de ozono, entre otros) no resulta menos cierto que a lo largo de la historia han sido también los científicos quienes, mayoritariamente, nos han advertido de los peligros y las consecuencias de estas tecnologías.
Es evidente que los científicos, como cualquier otro ser humano, cometen (cometemos) errores y equivocaciones, tanto de forma consciente como inconsciente. Sin embargo, la ciencia dispone de mecanismos de autocorrección, de estrategias para mejorar, para poner sus avances a prueba y desechar lo que no funciona. Los científicos disponemos del espíritu crítico, escéptico y debemos mostrar cautela en nuestras afirmaciones, siempre dispuestas a ser puestas a prueba, sometidas a escrutinio y ser contrastadas por los colegas o cualquier otra persona capacitada. Solamente así podremos decidir con criterio, como sociedad formada por ciudadanos responsables y preparados, y afrontar los desafíos que se nos presenten en el futuro.
¡Señores del fútbol, déjense de monsergas, dejen de comportarse como trogloditas pseudomodernos, den ejemplo y abran paso al conocimiento y al avance científico y tecnológico! Todo lo demás será poner vallas al campo. No permitan que su ignorancia y necedad rompa la esencia de lo que es la inteligencia... ¡¡Goooool!!