Muy
pocas veces somos plenamente conscientes de que vivimos inmersos en un fluido
llamado aire. Gracias a esta mezcla de gases, compuesta por un 78 % de
nitrógeno y un 21 % de oxígeno, además de trazas de otros como dióxido de
carbono, ozono, hidrógeno, argón, etc., podemos respirar. Sin embargo, cuando
queremos movernos, ya sea caminando, corriendo, o a bordo de un automóvil, este
mismo aire empieza a mostrar su presencia de forma más que evidente.
En
efecto, considerad por un momento el caso de un ciclista que se desplaza por
una carretera perfectamente recta y horizontal con una velocidad constante. Si
tienes unas nociones básicas de física elemental, como la que se puede estudiar
en el instituto, enseguida caes en la cuenta de que sobre el conjunto ciclista-bicicleta
actúan cinco fuerzas claramente distintas. Dos de ellas en la dirección
vertical: el peso del citado conjunto, dirigida hacia abajo (más o menos, en
dirección al centro de la Tierra) y la reacción normal al mismo, dirigida en
sentido contrario a la primera. Como la bicicleta no se desplaza en dirección
vertical, ambas fuerzas se cancelan entre sí. Esto es una consecuencia directa
de la primera ley de Newton.
Las
otras tres fuerzas restantes actúan en la dirección horizontal. En primer
lugar, el rozamiento con el aire, que como es lógico actúa en sentido contrario
al movimiento; la segunda es la fricción entre los neumáticos y el asfalto de
la carretera, también opuesta al movimiento; finalmente, nos encontramos con la
fuerza imprimida por el ciclista y que hace avanzar la bicicleta. Esta última
fuerza debe compensar exactamente la suma de las dos primeras si admitimos que
la bicicleta se desplaza a velocidad constante.
Analicemos
detenidamente la forma concreta de estas fuerzas de rozamiento. La primera,
también denominada arrastre aerodinámico, es de sobras conocida, pues resulta
ser dependiente de cuatro factores diferentes: primero, el denominado
coeficiente de arrastre aerodinámico, un número que depende de la geometría
particular del conjunto ciclista-bicicleta. No es lo mismo que el corredor sea
un tipo redondito y gordinflón que un alfeñique escuchimizado, que lleve casco
en forma de cabeza de "alien" o que tenga la desfachatez de no llevar
casco y luzca un voluminoso peinado "afro"; segundo, el área
transversal de la superficie que opone el conjunto ciclista-bicicleta al aire.
No es lo mismo que el corredor adopte una posición recogida sobre el manillar
que lo haga sentado bien derechito y a "pecho descubierto",
enfrentando toda la superficie de su tórax y cabeza; tercero, la densidad del aire; por último, la
velocidad de la bicicleta (o más correctamente, el cuadrado de la velocidad).
Cada vez que se duplica uno de los tres primeros factores también se duplica el
arrastre aerodinámico, haciendo más costoso desde el punto de vista energético
el desplazamiento de la bicicleta. En cambio, si se duplica la velocidad el
arrastre se cuadruplica.
En
lo que respecta a la otra fuerza de rozamiento, la de los neumáticos con el
asfalto, también resulta muy conocida. Su valor numérico se obtiene sin más que
multiplicar el peso ciclista-bicicleta por un factor denominado coeficiente de
rozamiento por rodadura. Este parámetro se puede determinar mediante técnicas
que no vienen a cuento aquí y ahora. Lo único reseñable es que su valor resulta
ser extremadamente pequeño, del orden de 0.003 o inferior. Suponiendo que entre
el corredor y su montura el peso ascienda a unos 77 kg, la potencia que debería
suministrar el corredor al pedalear si quisiera vencer esta fricción con el
asfalto y desarrollar una velocidad constante de 43 km/h (el promedio en una
etapa en línea del Tour de Francia, por ejemplo) ascendería, aproximadamente, a
27 watts (vatios, para los aficionados a la traducción de nombres propios). Parece
sencillo, ¿no es cierto?
Pero
hagamos el mismo cálculo estimativo para hallar la potencia requerida si se
pretende vencer la fricción con el aire. Los valores conocidos para el producto
del coeficiente de arrastre aerodinámico y el área transversal de la superficie
opuesta al aire, la densidad del aire y la velocidad de la bicicleta son,
respectivamente, 0.3 m2, 1.2 kg/m3 y 43 km/h. Se obtiene,
entonces, una potencia de 311 watts. Comparad esta cifra con la obtenida en el
párrafo anterior. ¿No es increíble? El corredor debe suministrar a la bicicleta
338 watts (311 + 27) para mantener una velocidad constante de 43 km/h. El 8 %
de dicha potencia se consume en vencer la fricción con el asfalto y el restante
¡¡¡¡¡ 92 % !!!! en vencer la irresistible fricción con el aire, el terrible
arrastre aerodinámico.
¿Te
vas a volver a reír cuando veas una etapa contrarreloj del Tour de Francia y
contemples el ajustado intramuscular del maillot, el estrambótico diseño del
manillar, las llamativas llantas o el surrealista diseño del casco? Pues piensa
que todo ello constituye una lucha deseperada contra el implacable enemigo de
la fricción, una batalla perdida de antemano. Y es que muy pocas veces somos
plenamente conscientes de que vivimos inmersos en un fluido llamado aire...
Fuente original:
Vassilios McInnes Spathopoulos, A physics heptathlon: simple models of seven sporting events Physics Education, Vol. 45(6), 594 (2010)
La Física tuvo un papel fundamental en el Tour de 1989 cuando Lemond usó, por primera vez, un manillar de triatlón en una prueba en línea. Gracias a la mejora aerodinámica arrebató el triunfo a Fignon en la última etapa, una contrarreloj individual entre Veresalles y París (de apenas 25 km).
ResponderEliminarPara vencer o por lo menos, disminuir la fricción, se ha desarrollado toda una industria de lo aerodinámico...eso, en la forma, pero también en los materiales , por ejemplo en la ropa, en los zapatos, en el casco, en los guantes...No sería lo mismo llevar una polera que vaya "flameando", oponiéndose al roce.
ResponderEliminarEsto es muy interesante en la lucha por las "marcas"...
El miércoles 9 lo estoy explicando en clase. Los alumnos necesitan ver lo práctico de nuestras explicaciones. Gracias
ResponderEliminarAlucinante, nunca me había parado a pensar en ello. Sabía que la aerodinámica era importante, pero no que lo era a esos niveles. Fantástico artículo, como siempre, pero en público negaré haberlo escrito ;-)
ResponderEliminarEs total y absolutamente corregido el problema con la bici en la que vas tumbado, la "bici reclinada" pero por alguna razón digna de entrada de blog en los años 30 se desechó su popularización.
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