Desde los años
1980 existen estudios que han tenido como objetivo averiguar la forma de pensar de los estudiantes
de un curso de física elemental universitaria acerca del concepto de
movimiento. En esos estudios, llevados a cabo por físicos, se llegaba a una inquietante
conclusión: los estudiantes involucrados en el experimento pensaban en el
movimiento según la concepción aristotélica y no a la manera newtoniana, aún a
pesar de haber estudiado las leyes de Newton durante el curso (cabe decir que
para Aristóteles, el movimiento requería de una fuerza siempre presente, si la
fuerza cesaba el movimiento también).
Los mismos estudiantes mantenían
sus esquemas de pensamiento incluso después de finalizado el curso. Llegaban hasta allí con unos prejuicios mentales
y los mantenían después, incluidos los alumnos que habían obtenido
calificaciones sobresalientes. Se intentó ir más allá en el estudio,
proponiendo preguntas a los estudiantes, con resultados desoladores:
aquellos
que se equivocaban se mantenían en su opinión y razonamientos
incorrectos,
afirmando que las leyes físicas en cuestión no eran aplicables, que se
trataba
de un caso particular donde no tenían cabida o que se requería alguna
otra ley
distinta. Cualquier argumento era bueno para seguir aferrados a sus
ideas
erróneas preconcebidas.
Se demostró, asimismo, que los
problemas y ejercicios propuestos durante el curso no aseguraban en absoluto la
comprensión del concepto bajo estudio. Los estudiantes que llegaban a
resolverlos, únicamente se limitaban a aprender qué cifras se introducían en
según qué ecuaciones hasta que el resultado encajaba con la que se suponía era
la respuesta correcta. Cuando a esos mismos estudiantes de buenas notas se les
planteaban cuestiones de tipo conceptual o problemas de la vida real, las
respuestas seguían siendo erróneas, incorrectas y se mantenían sus formas de
pensar previas.
¿Qué estamos haciendo, entonces, con la
enseñanza de las disciplinas científicas?
A la vista de los párrafos
anteriores, parece que la desesperanza es lo único a lo que nos podemos
agarrar. En cambio, hay profesores en el mundo que reaccionan de una forma
totalmente opuesta e intentan averiguar cómo proceder con sus estudiantes para
tratar de evitar el desastre. ¿Qué es lo que hacen estos profesores?
Según Ken Bain, director del
Center for Teaching Excellence de la universidad de New York, que se ha pasado
nada menos que 15 años de su vida estudiando y aprendiendo las técnicas de los
profesores más exitosos de los Estados Unidos, éstos suelen poseer varias
características en común. Dejadme que os las cuente muy brevemente:
1.- Tienen un sentido especialmente
agudo de la historia de la disciplina que enseñan, sobre todo de las
controversias que se han generado a lo largo de su desarrollo en el tiempo, es
decir, conocen su materia en profundidad, con los éxitos y fracasos y cómo se
resolvieron estos últimos.
2.- Comprenden cómo podrían entender
y aprender sus estudiantes la materia que imparten, distinguiendo muy
claramente entre los conceptos fundamentales, básicos y los desarrollos o
ejemplos de dichas ideas. Son hábiles, además, en detectar las lagunas y las
dificultades de los estudiantes.
¿Parece sencillo, verdad? Pues
decidme a cuántos conocéis que cumplan las dos premisas anteriores. Tic, tac,
tic, tac, tic, tac...
Bien, sigamos. Si uno pretende
ser un profesor excelente, querido, admirado y recordado por sus alumnos el día de mañana
(durante el curso es mucho más difícil, claro) debe darse cuenta de muchas
cosas. Una de ellas es que el conocimiento hay que construirlo. No vale
depositar nuestro bagaje de datos almacenados en las memorias de nuestros
alumnos, como si nosotros fuésemos la hormigonera cargada de cemento que
volcamos en sus lindas cabecitas. No, así no se hace. Eso solamente fomenta la
memoria, en especial la memoria a corto/medio plazo, es decir, hasta que pase
el maldito examen. Después, si te he visto no me acuerdo, querido
conocimiento... Bye bye love, bye bye happiness!
Los tiros deben ir por otro lado,
por la construcción de nuevos esquemas mentales, sistemas de clasificación de
los conocimientos adquiridos (y, en ocasiones, memorizados, no lo podemos negar
ni olvidar), por hacer que los estudiantes sean autónomos en su pensamiento,
estimulando mediante preguntas afinadas y dirigidas a lo más profundo de su
pensamiento racional. La base del aprendizaje se encuentra camuflada en el
proceso generador de preguntas. Cuantas más preguntas sea capaz de generar el
propio estudiante, más duradero será su aprendizaje. Pero, ¡ojo! que no vale
cualquier pregunta, eso lo hace hasta un endemoniado como Mourinho (¿por qué?,
¿por qué?, ¿por qué?). Lo verdaderamente importante es que esas preguntas, esas
cuestiones desafíen el conocimiento del estudiante, sus ideas preconcebidas,
que le hagan enfrentarse a situaciones nuevas, no vividas antes, en las que el
modelo mental que posee no funcione (como les pasaba a los sujetos de los
estudios citados al principio del post). Todo ello con el objetivo claro de
fomentar el conocimiento profundo, duradero y no el memorístico, superficial y
efímero con el que nos han enseñado y nos siguen enseñando y enseñamos tantos y tantos
profesores a lo largo de nuestras mediocres carreras docentes.
No hay mejor forma de enseñar que
poniendo desafíos continuos a los estudiantes, problemas y cuestiones
desafiantes, que presenten un enorme potencial y un interés en ser respondidas, que posean un
objetivo claro. Se trata en todo momento de permitir que el estudiante se
enfrente a sus miedos, a los traumas que suelen acompañar al desafío de
creencias mantenidas en el tiempo, para que puedan comprobar sus propios
razonamientos y, en caso de quedarse cortos (que suele ser lo más habitual),
ser capaces de realimentarse y volver a probar. Hay que escuchar con atención
las suposiciones y argumentaciones del estudiante antes de desafiarlas. Y nunca, nunca jamás
decirle que está equivocado, pero tampoco proporcionarle las respuestas correctas. Siempre
hacerle las preguntas adecuadas y personalizadas para que él mismo vea sus
errores. Así, aprenderemos todos de todos. Queda tanto por hacer...
EPÍLOGO: Todo lo contado hasta
aquí lo hace estupendamente la ciencia ficción cuando se utiliza como
herramienta didáctica. ¿Has encontrado ya la tuya, profesorcillo?
¡Cuanta razón tienes, Sergio! La forma de enseñar en general es : presentar el problema, ver qué factores intervienen, plantear la fórmula y aplicarla...pero si el problema se plantea de otra forma, deducir la fórmula ya es imposible....jajaja...una forma "cuadrada" de aprender, memorizando cientos de cosas "para la prueba"....un desastre. Por eso se caen los puentes!
ResponderEliminarDe acuerdo totalmente, para que lo hagan con éxito tienen qe ver la aplicación real y entenderlo desde ella. Yo hago teatro y más teatro. Me gusta lo de no decirle que está equivocado pero no proporcionarle las respuestas. La frase de la pizarra genial!!!
ResponderEliminar