La doctora Susan Drake investiga la forma de criar salmones
de mayor tamaño e incrementar su población en el Pacífico noroccidental, justo en el preciso instante en que unos cuantos ejemplares con el ADN modificado se escapan accidentalmente y son
ingeridos por celacantos que nadaban por allí un tanto despistados y poco extintos. Cuando estos prehistóricos peces sufren terribles
mutaciones en su propio ADN, se transforman en enormes seres humanoides que se
dirigen hacia la costa, donde tratan por todos los medios de copular y
reproducirse con la inestimable colaboración forzosa de macizorras hembras humanas, éstas sin modificaciones en su ADN,
sembrando terror y lujuria desatada por doquier.
El hombre ha llevado a cabo la reproducción y la cría
selectivas durante siglos. Uno de los ejemplos más evidentes de esto ha sido el
cultivo del maíz. Cuando los europeos se establecieron en América, cogieron las
pequeñas mazorcas y las transformaron, poco a poco, en otras de mayor tamaño y
más fuertes, dando lugar a una enorme fuente de alimento. Obviamente, la
reproducción selectiva opera sobre y modifica el fenotipo de una especie.
El mayor problema (y ya clásico en las películas de ciencia
ficción) con los sucesos que se muestran en la película a la que se hace
alusión en el primer párrafo, Humanoides
del abismo (Humanoids from
the Deep, 1980) es el tiempo. Para que las mutaciones tengan efecto y los
salmones originales evolucionen en los terribles monstruos en que devienen
finalmente se requieren lapsos de tiempo normalmente mucho mayores de los que
nos muestran en la gran pantalla (que se lo pregunten a los X-men).
Las criaturas humanoides asesinas y copuladoras pueden tanto
nadar como caminar fácilmente a dos patas sobre el suelo, incluso a pesar de
que poseen branquias claramente visibles a ambos lados de su cabeza. Es cierto
que hay anfibios capaces de hacer esto pero no pueden permanecer sumergidos
durante períodos de tiempo excesivamente prolongados sin salir a respirar aire. Por
lo tanto, los humanoides deben poseer forzosamente, tanto branquias como
pulmones, lo que resulta bastante increíble ya que proceden de la extraña
interacción entre salmones y celacantos y ninguno de éstos cuenta con pulmones.
¿Podría darse el caso de que no se tratase realmente de celacantos? Al fin y al
cabo, donde se han hallado ejemplares vivos de estos prehistóricos peces ha
sido en las costas de Madagascar e Indonesia, pero nunca en el Pacífico
noroccidental.
Prácticamente, todas las especies poseen mecanismos naturales
de defensa que evitan que sustancias químicas no deseadas las dañen. Los
invertebrados, cuando ingieren alimentos, utilizan sus procesos digestivos para
degradarlos. El ADN es una de las moléculas orgánicas que la digestión puede
fácilmente manejar. Son unas enzimas llamadas desoxirribonucleasas las
encargadas de romper el ADN y metabolizar los ácidos nucleicos (por no
mencionar el ambiente ácido de nuestro estómago, que hidroliza muchos de los
enlaces químicos del ADN, causando asimismo la degradación en ácidos
nucleicos). Nuestras células poseen la capacidad de reutilizar estos ácidos
nucleicos sintetizando nuevo ADN. Una de las formas más seguras de obtener ADN
para nuestros cuerpos es mediante ingestión oral. Incluso consumido en
generosas cantidades, no produce daños. Consecuentemente, tanto para el
celacanto como para otra especie de pez, consumir ADN mutado de salmones, a su
vez, no debería suponerle efecto teratógeno alguno.
Las mutaciones en las especies biológicas son más comunes de
lo que tendemos a pensar. Sin embargo, la mayoría de estas mutaciones están
causadas por condiciones ambientales como pueden ser el exceso de radiación
ultravioleta (la cual no debería afectar demasiado a los peces, ya que el agua
la absorbe fuertemente), sustancias contaminantes e incluso la radiación
atómica. Además, las mutaciones en el ADN suelen resultar, con frecuencia, fatales debido a que no se muestran selectivas con determinadas regiones del
ADN, sino que le afectan en su totalidad. Los humanoides del abismo nunca
podrían existir, para regocijo de las macizorras hembras humanas...
Fuente:
The Biology of Science Fiction
Cinema. Mark C. Glassy. McFarland & Company.
2001.
A raíz del fotograma que has elegido para ilustrar el artículo, veo bien cuales eran tus preferencias académicas al elegir tema. Picarón.
ResponderEliminar.
PS - Me han entrado unas inquietantes ganas de ponérmela esta noche. La película, digo.
ADN, mutaciones, películas ochenteras con bichos, y tetas... un post repleto de cosas molonas, pardiez.
ResponderEliminarJusto ayer viendo "La mujer y el monstruo" se me ocurrieron un montón de cosas biológicas que comentar respecto a la biología del señor disfrazado de pez y el contexto evolutivo en que lo presentan, a ver si me animo espoleado por este buen ejemplo de biobichopost, maestro.