Siempre
he dicho que no se puede ser objetivo con los libros escritos por los amigos. Y
esta máxima nunca ha sido más cierta que con el penútimo libro de Eugenio
Manuel Fernández Aguilar, "Eso no estaba en mi libro de Historia de la
Ciencia", editado por Guadalmazán.
Eugenio
no ha escrito un libro de divulgación científica al uso. En él no encontraremos
conceptos abstrusos, leyes físicas o químicas ni tampoco descubrimientos
científicos explicados de forma sencilla y asequible para el más
"mortal" (jijiji) de los humanos. No, se trata de un libro muy distinto
y, según mi conocimiento, un texto único y original en su género, quizá incluso
constituya la semilla de un nuevo subgénero en la divulgación. Al tiempo...
Porque
"Eso no estaba en mi libro de Historia de la Ciencia" habla
menos de ciencia y más de las personas que hacían ciencia, pero tampoco desde
la intención de bombardearnos con infinidad de datos biográficos, de enfatizar
sus hazañas profesionales, sus logros científicos, sino desde un punto de vista
del todo inesperado para todo aquel que decida abrir el libro por la primera
página. Eugenio nos habla de un aspecto muy poco o nada abordado en los libros
de divulgación de la ciencia y, menos aún, en los de texto. Nos relata las circunstancias
en que fallecieron no pocos "héroes de la ciencia", como él mismo los
denomina muy acertadamente. Y es que se trata de personajes que muchas veces
han dado su propia vida a cambio de salvar infinidad de otras ajenas, anónimas,
gracias al legado imperecedero que dejaron tras de sí.
Más
de 150 personajes -entre físicos, químicos, biólogos, matemáticos, botánicos,
médicos, entomólogos, vulcanólogos, etc.- discurren por las páginas del libro,
todos ellos habiendo fallecido en las más diversas circunstancias: unas veces
en pos de algún descubrimiento científico, otras por accidente y otras de forma
incomprensible, hasta tragicómica, si se me permite una pizca de humor negro.
De hecho, esta es una característica de la narración de Eugenio, precisamente
el saber tomarse con humor las cosas que cuenta, por tristes que nos puedan
resultar y, no obstante, sin faltar al respeto en ningún momento, pero también
evitando dramatizar o relativizar en exceso.
Otro
aspecto destacado del libro, en mi opinión, es que Eugenio ha sabido mostrar a
los científicos -más o menos célebres- como seres humanos, con las mismas
virtudes y defectos que cualquiera otra persona, con las mismas miserias,
alegrías, anhelos. Un libro necesario para humanizar a todos aquellos que han
dedicado, de una forma u otra, sus vidas a la ciencia. Porque los científicos
no somos esos seres extraños, asociales, endiosados y encaramados a lo alto de
torres de marfil, alejados del resto del mundo. Al fin y al cabo, qué nos hace
más humanos que la propia muerte, con su guadaña igualadora, la implacable
democratizadora universal.
Así
y todo, el mayor valor de "Eso no estaba en mi libro de Historia de la
Ciencia", y que puede pasar desapercibido al ojo descuidado y que no sepa
leer entre líneas, lo constituye el descubrimiento de tantos y tantos
caracteres extraordinarios, personas únicas, muchas de ellas anónimas o desconocidas
para el gran público que no figuran en los tratados tradicionales de historia
de la ciencia. Eugenio nos descubre a más de un centenar y medio de estos
personajes cuya vida y logros merece la pena bucear entre ellos. Después de
todo, quizá sean sus muertes las que paradójicamente nos lleven a interesarnos
por sus vidas y sirvan para que decidamos buscar, investigar, descubrir y aprender
más, mucho más. ¿Estamos dispuestos a que su muerte sea el final del camino o
el principio de otro mucho más fructífero? ¡Gracias, Eugenio! Por mostrarnos
el camino...