En 1985 Arthur C. Clarke
escribía: "el argumento más
convincente contra la posibilidad del viaje en el tiempo es la llamativa
ausencia de viajeros". Al fin y al cabo, parece bastante razonable
suponer que si existiesen verdaderamente las máquinas del tiempo, más temprano
que tarde se podrían replicar y enseguida comenzarían a pulular los viajeros
del tiempo por todos lugares y épocas.
En 1992, Stephen Hawking
enunciaba su conjetura de la protección de la cronología. Básicamente, lo que
afirmaba era que los viajes en el tiempo estaban prohibidos por las leyes
físicas (al menos, a nivel macroscópico). De no ser así, deberíamos estar
invadidos por hordas de turistas procedentes del futuro, cosa que no observamos
en absoluto.
La proposición de Hawking se
basaba en ciertos argumentos extraídos tanto de la teoría general de la
relatividad como de la mecánica cuántica. Si se consideraba la geometría del
espaciotiempo tal y como se hace habitualmente en la relatividad, lo que
técnicamente se denomina una variedad diferenciable cuatridimensional de
Hausdorff (esto sólo lo digo para darle apariencia de rigor al resto del
post...), entonces se llega a la conclusión de que cualquier máquina del tiempo
imaginable (bien sea un agujero de gusano de Morris-Thorne, las cuerdas
cósmicas de Gott, la curvatura espacial de Alcubierre o un tubo de Krasnikov)
permitiría al viajero del tiempo aventurarse hacia el pasado solamente, como
mucho, hasta el momento de la construcción de la máquina. Esto significa que, a
menos que alguien haya desarrollado ya secretamente una máquina del tiempo,
entonces, para visitarnos a nosotros, los viajeros del futuro tendrían que
utilizar máquinas del tiempo naturales o construidas por civilizaciones
extraterrestres mucho tiempo atrás. Como no tenemos constancia de la existencia
de ninguno de estos artefactos o estructuras que nos permitiesen recorrer lo
que se denominan, en la jerga de los científicos que se dedican a estudiar
estos temas, curvas cerradas de tipo
tiempo, parece que la conclusión lógica es que deben estar prohibidas por
las leyes que gobiernan el universo.
Y no os vayáis a pensar que solamente
la física se ha encargado de rebatir la existencia del viaje en el tiempo. Han
surgido respuestas incluso desde el mundo de la economía. M.R. Reinganum,
economista, propuso en 1986 que si los viajeros del futuro nos hubieran
visitado podrían perfectamente haber usado información privilegiada para hacer
derrumbarse los intereses de las entidades financieras. Debido a que lo que observamos
habitualmente parece todo lo contrario, los viajeros deben forzosamente no
existir. Pensad tan sólo en los oscuros deseos de fama y fortuna sin fin que
logra Biff Tannen con ayuda del almanaque de resultados deportivos en Regreso al futuro II (Back to the Future II, 1989) o los
ingeniosos protagonistas de la película más desconcertante sobre viajes en el
tiempo jamás filmada: Primer (Primer, 2004).
En cambio, si cruzamos la calle y
nos dirigimos a la acera de enfrente (en el sentido estricto de la expresión...)
vemos que los escritores de ciencia ficción han imaginado, desde siempre, una
gran variedad de fenómenos físicos que podrían ser la causa de la aparente
imposibilidad de observar viajeros del tiempo procedentes del futuro, en el
caso de que existiesen. Entre algunas de esas causas se pueden citar, por
ejemplo, efectos colaterales del viaje, que les harían invisibles o incluso
sufrir amnesia, como los protagonistas de la serie Perdido en el tiempo (Quantum
Leap, 1989-1993), quienes únicamente pueden permanecer en nuestro tiempo
durante periodos arbitrariamente cortos. También otros motivos, que tienen que
ver con que su manifestación física es poco clara o imperfecta, de tal modo que
solamente son visibles o audibles como fantasmas, espíritus o fenómenos
paranormales.
Algunas de estas ideas se pueden
encontrar, por ejemplo, en "The Founding of Civilization", el relato
publicado en 1968 por el autor ruso R. Yarov, en el que una ley física impide a
los viajeros del tiempo detenerse en cualquier instante. Así, las máquinas
viajan constantemente, sin parar. Los afortunados testigos de sus fugaces
presencias las interpretan de muy distintas maneras: los más supersticiosos,
como ovnis, naves espaciales extraterrestres, espectros y otras criaturas sobrenaturales;
por contra, los más escépticos solamente ven fenómenos atmosféricos un tanto
inusuales.
En "El zorro y el
bosque", de Ray Bradbury, se utiliza un dispositivo de bloqueo psicológico
para asegurar que los viajeros del tiempo no puedan transmitir información
tecnológica ni dar a conocer detalles acerca del viaje en el tiempo a los
habitantes del pasado. Algo similar se puede leer en la obra de 1942 "Mi
nombre es Legión", del siempre sorprendente Lester del Rey.
Podríamos continuar durante
párrafos y párrafos enumerando cientos de propuestas y soluciones a la aparente
paradoja de la ausencia de viajeros del tiempo. De hecho, bien se podría
escribir una extensa monografía sobre el tema. Pero no es éste el objetivo de
este post (aunque no lo parezca, ¡JUAS!). Bien, dejando a un lado todos los
argumentos anteriores y suponiendo por un momento que tanto las máquinas como
los viajeros del tiempo existiesen, la pregunta que inevitablemente se nos
plantea es: ¿podemos imaginar, con cierta base científica, algún motivo por el
que no tengamos pruebas de que aquellas hayan sido utilizadas? Os expongo, a
continuación, siete de ellos que se pueden encontrar en el libro de David
Toomey citado en la fuentes.
El viaje en el tiempo requiere el
uso de agujeros de gusano naturales o preexistentes que nunca han sido
descubiertos.
Las curvas cerradas de tipo tiempo
existen en algún lugar del universo, pero no han sido encontradas. Es posible
que tengan una vida muy breve, que sean extraordinariamente raras o que estén fuera
del alcance de nuestros telescopios.
El viaje en el tiempo es
inaceptablemente caro o peligroso.
Es posible que se descubran
curvas cerradas de tipo tiempo, pero que se encuentren a unas distancias tan
grandes que viajar hasta ellas por el espacio ordinario sea prohibitivamente
caro. Por otra parte, aunque se demostrase que el viaje en el tiempo es
económicamente viable podríamos considerar que no vale la pena correr el riesgo
que representa para nuestras vidas. Tal vez una civilización suficientemente
avanzada decida intentarlo, se produce un accidente y se pone fin al intento
para siempre.
En 1980 G. Fulmer señalaba la
posibilidad de la existencia de alguna limitación física aún desconocida que
impidiese el viaje en el tiempo: quizá el gasto de energía de la máquina
dependiese matemáticamente de la cuarta potencia del tiempo que uno pretendiese
recorrer, haciendo posibles únicamente viajes muy breves. Cabría la posibilidad
de que esto se descubriese dentro de muchos años y, en consecuencia, aún no hayan
tenido tiempo de alcanzarnos sus efectos.
El gran Robert Heinlein usa el
argumento anterior en su novela "Puerta al verano", con una ley algo
menos restrictiva (inversa con el cuadrado de la distancia temporal). Isaac
Asimov, asimismo, emplea ideas similares en su relato "Botón, botón",
en el que una máquina es capaz de rescatar y traer al presente objetos
procedentes del pasado, siempre que su peso sea extremadamente reducido (la ley
matemática, en este caso, es una exponencial inversa).
Otra idea muy interesante es la
que sugiere que el flujo temporal tiene forma de espiral. No podemos movernos
por él con velocidad "normal" a lo largo de su longitud, pero sí que
resulta posible saltar entre los tramos de la espiral adyacentes más próximos
entre sí.
Poul Anderson en "Flight to
Forever" cuenta la historia de un viajero del tiempo quien, tras
desplazarse cien años al futuro, descubre con horror que es incapaz de retornar
nuevamente a su época porque el consumo energético es exponencialmente
creciente para el viaje al pasado. En cambio, el periplo al futuro resulta
enormemente más económico y mucho menos restrictivo. Decide, pues, seguir
adentrándose en el futuro con el propósito de hallar alguna vez una
civilización suficientemente avanzada que le pueda prestar ayuda. Nunca lo
logra y entonces acaba viajando con destino al final del universo, el Big
Crunch, cuando todo desaparece y asiste a un nuevo Big Bang, el nacimiento del
nuevo universo y de un nuevo ciclo temporal. Emprende, una vez más, otro viaje
al futuro que le llevará hasta un instante justamente anterior a aquél en el
que decidió partir la primera ocasión. La experiencia le deja tan aterrorizado
y traumatizado que decide eliminar todo vestigio de su increíble aventura. A
partir de este momento, nadie vuelve a intentar el viaje en el tiempo.
¿Alguno de vosotros se atrevería
a montarse en la máquina del tiempo, si conocieseis de antemano sus riesgos,
peligros y posibles consecuencias? ¿No preferiríais optar por utilizar cobayas,
aunque fuesen humanas, tal y como hace, por ejemplo, D.C. Compton (1971) en su
"Hot Wireless Sets, Aspirin Tablets, the Sandpaper Sides of Used
Matchboxes, and Something That Might Have Been Castor Oil", donde emplea
al arquetípico "tonto del pueblo" como primer viajero del tiempo de
la historia?
¿Y qué me decís de la idea de D.
Platcha, expuesta en su "The Man from When", donde sugiere la
posibilidad de utilizar tan sólo una única vez el viaje en el tiempo, a
sabiendas de que la Tierra será totalmente destruida en un futuro muy próximo,
unos 18 minutos?
El viaje en el tiempo deja de ser
interesante.
El mismísimo Kip Thorne, uno de
los pioneros en el campo del estudio científico riguroso de las máquinas del
tiempo, abandonó el tema a principios de
la década de 1990 para dedicarse a investigar la cuestión de las ondas
gravitacionales. Posiblemente otros científicos hagan lo mismo y vayan
perdiendo interés por las máquinas del tiempo, dirigiendo su atención y
esfuerzos hacia otros asuntos. También podría darse un cambio de tendencia
generalizado y la cultura científica experimental se dirigiese o enfocase hacia
temáticas más filosóficas que físicas, por ejemplo.
En los últimos 4-5 siglos el
conocimiento y el progreso científico-tecnológico nos ha habituado, de alguna manera,
a pensar de un determinado modo, a ver el mundo bajo una óptica muy diferente a
como se hacía muchos siglos atrás. Durante largos periodos como la Edad Media
en la Europa occidental, incluso se detuvo el progreso de la ciencia. El método
científico, tal y como lo conocemos actualmente, nació con Galileo Galilei
(1564-1642). Es posible que no sea algo tan sólido como nos gustaría imaginar.
Suponed que, por algunas de las
razones anteriores, solamente unos cuantos viajeros en el tiempo acaban
emprendiendo el viaje. Quizá únicamente unos cuantos viajan a épocas
posteriores a la nuestra y su presencia es ampliamente divulgada y conocida o,
por el contrario, pasa desapercibida; o puede que otros pocos viajan a nuestra
época a épocas anteriores a la nuestra, pasando por diversos motivos,
inadvertidos. ¿No podría constituir esto razón más que sobrada para haberse puesto
el punto final a los poco interesantes y estimulantes viajes en el tiempo?
El viaje en el tiempo está
prohibido, aunque resulta posible.
Encuentros entre sociedades de
niveles tecnológicos radicalmente diferentes provocan casi inevitablemente que
las menos avanzadas sean las que se lleven la peor parte y sufran un mayor
trauma. Éste es un tema recurrente en la ciencia ficción más reflexiva, de
carácter más social que científico. Sociedades muy seguras de su lugar en el
universo se desintegraron al entrar en contacto con otras previamente
desconocidas con ideas y formas de vida muy diferentes; otras sociedades que
sobrevivieron a la experiencia pagaron el precio de unos cambios traumáticos en
sus valores, actitudes y comportamiento.
Tal vez, si falla la conjetura de
la protección de la cronología de Hawking, surja una preocupación ética de
amplia aceptación en contra del viaje en el tiempo, o una ley que lo prohíba.
¿Y si la civilización capaz de viajar en el tiempo, para proteger a los
habitantes del pasado o mismamente al propio pasado, hubiese prohibido el viaje
en el tiempo? ¿Acaso nuestra civilización no ha creado reservas naturales donde
preservar especies en vías de extinción? Si el refugio es "perfecto"
el refugiado ni se dará cuenta. ¿No puede ser éste nuestro caso?
Aunque quizá las generaciones
futuras nos consideran éticamente atrasados y peligrosos, y optan por
mantenernos en un aislamiento forzoso para protegerse ellos mismos de nuestra
nefasta presencia e influencia.
Los viajeros en el tiempo
procuran pasar inadvertidos.
Podrían utilizar varias
estrategias que no violan las leyes físicas conocidas. Tal vez nos observan
desde el espacio, a cierta distancia, o mediante robots que de alguna forma
consiguen permanecer invisibles a nuestros instrumentos. Tal vez están mucho
más cerca pero drogan, hipnotizan de forma rutinaria a todo posible testigo de
su presencia. ¿No podría darse la posibilidad de la existencia de una Comisión
de Control del Tiempo, encargada de regular los viajes al pasado para evitar
posibles transformaciones del presente y futuro, tal y como nos muestra el sin
par Jean Claude Van Damme en Timecop,
policía en el tiempo (Timecop,
1994)?
Paul Davies, el célebre
científico y divulgador, ha sugerido que civilizaciones muy avanzadas, con el
fin de ahorrar energía y hacer más eficiente el viaje, podrían reducir su
propio tamaño.
O tal vez podrían estar ya entre
nosotros, disfrazados, camuflados, tras haber sido cuidadosamente instruidos en
nuestro idioma y costumbres. La reciente película Outlander (Outlander,
2008), protagonizada por Jim Caviezel tiene en cuenta las premisas anteriores. Kainan
(Caviezel) se estrella con su nave espacial en la Noruega de la época vikinga.
Con ayuda de tecnología muy avanzada se autoimplanta a través del globo ocular
todos los conocimientos necesarios para pasar lo más desapercibido posible,
aprende el idioma y se viste con las ropas adecuadas.
Los escritores de ciencia
ficción, una vez más, han propuesto varias hipótesis sobre la identidad de los
viajeros del tiempo. Así, encontramos a los equivalentes futuros de nuestros
propios antropólogos o historiadores, como en Timeline (Timeline,
2003), basada en la novela "Rescate en el tiempo" del prolífico
Michael Crichton; o a clases particularmente aventureras de turistas que se
dedican a presenciar grandes catástrofes del pasado, como en Huída a través del tiempo (Grand Tour: Disaster in Time, 1992),
algunos de los cuales nos visitan durante días, semanas o meses y luego se van;
en cambio otros se quedan más tiempo y unos pocos, incluso, se quedan entre
nosotros para siempre. De vez en cuando, alguno delata involuntariamente su
procedencia, al escapársele algún hecho o tecnología del futuro. Nosotros, en
cambio, les tomamos por locos y los encerramos en un sanatorio mental, como se
refleja en Doce monos (Twelve Monkeys, 1995); les confundimos
con alguna clase de demonios al estilo de lo que sucede en Timerider. El jinete del tiempo (Timerider: The Adventure of Lyle Swann, 1982); o les consideramos
brujos y son condenados a morir abrasados en la hoguera, tal cual le sucede a Un astronauta en la corte del rey Arturo
(The Spaceman and King Arthur, 1979).
Afortunadamente, la avanzada tecnología de su traje espacial le salva en el
último momento. Claro que siempre cabe la posibilidad de que los viajeros del
tiempo sean simios evolucionados a partir de la especie humana y permanezcan
ocultos trabajando en circos ambulantes, al estilo de Huída del planeta de los simios (Escape from the Planet of the Apes, 1971).
La civilización humana no
sobrevive el tiempo suficiente como para desarrollar el viaje temporal.
En la célebre ecuación de Drake encontramos
entre sus factores el de la longevidad de una civilización, es decir, el tiempo
que sería capaz de vivir antes de desaparecer o, simplemente, autodestruirse.
Durante la época de la Guerra
Fría, especialmente los soviéticos, eran muy pesimistas en lo referente al
valor de dicho parámetro en la ecuación de Drake. Otros, en cambio, pensaban
que el período de peligro nuclear de una civilización era relativamente breve
y, una vez superado, podría sobrevivir durante bastante tiempo.
Pero no solamente a causa de un
holocausto nuclear podría desaparecer nuestra civilización. Hay otras
posibilidades, como el impacto de un meteorito tal como un asteroide o un
cometa; una plaga natural o artificial; una supernova o similar; etc.
En relación a esto último, en
1982, M. Shaara relata en "Time Payment" la posibilidad real del
viaje en el tiempo, tanto al pasado, como al futuro. Sin embargo, para explicar
el "problema" que se plantea ante la aparente ausencia de viajeros
procedentes del futuro, los protagonistas de la obra llegan a la
conclusión de que únicamente existen dos
posibilidades: o bien el viaje en el tiempo es tan peligroso que todos los que
lo han probado han perecido en el intento, o bien es que en el futuro no existe
absolutamente nadie para poder viajar. este segundo argumento viene reforzado
por el hecho de que, en la novela, la acción se desarrolla en un futuro lejano,
cuando nuestro Sol se encuentra en sus últimas fases de evolución, a punto de
convertirse en una nova.
Los viajeros del tiempo prefieren
viajar a épocas distintas a la nuestra.
Esta posibilidad ataca directamente
a nuestra autoestima como seres humanos. Quizá debamos asumir que no les
interesamos en absoluto.
Si comprimiésemos la edad del
universo en un solo año (a esto se le conoce como año cósmico), el sistema
solar se formaría a mediados del mes de septiembre. Todo lo que se registra en
la historia escrita, es decir, el surgimiento y decadencia de las grandes
civilizaciones, aparece en los últimos diez segundos del 31 de diciembre.
Si nuestros descendientes futuros
de dentro de 3.000 millones de años quisieran visitarnos sería algo parecido a
que nosotros mismos visitáramos la Tierra en la época en que surgieron los
primeros organismos unicelulares. ¿Podríamos o seríamos capaces de reconocer a
los viajeros procedentes de un futuro tan lejano? ¿Cómo se comunicarían con
nosotros? Es más, ¿se mostrarían siquiera interesados? Si dispusiéramos de un
año entero para visitar y conocer, ¿querríamos visitar los últimos diez
segundos del último día? ¿A quién no le apetece perderse las campanadas y las
uvas de la suerte cósmicas?
Por supuesto que podemos
considerarnos importantes y dignos de ser visitados y conocidos. Al fin y al
cabo, somos la forma de vida más compleja conocida. Ahora bien, en el futuro
lejano ¿también lo seríamos? O, por el contrario, ¿habría otras especies
inteligentes en la Tierra? ¿Qué probabilidad existiría de que se desarrollaran?
Los mamíferos no colonizaron la Tierra hasta que no desaparecieron los
dinosaurios, hace unos 65 millones de años.
Otras razones. Especialmente, las
tuyas
Si habéis llegado hasta aquí
leyendo, quizá estéis pensando que a vosotros mismos se os están ocurriendo
justamente en este momento decenas de otras nuevas razones para justificar la
no existencia de los viajeros del tiempo o la misma imposibilidad de sus
máquinas. De hecho, me sentiría muy frustrado si así no fuese, ya que os
considero a todos dignos lectores de este blog.
Algún avispado, incluso, se habrá
dado cuenta de que no he mencionado en ningún momento la interpretación de los
universos paralelos, aludida profusamente por muchos autores. Prefiero dejarla
para una futura ocasión. De momento, quedaos con tres películas donde se aborda
el asunto. Se trata de Timemaster, el
señor del tiempo (Timemaster,
1995); El único (The One, 2001) y Déjà vu
(Déjá vu, 2006).
Como quiero predicar con el
ejemplo, y aun a sabiendas de que lo que a partir de aquí se diga ya haya
podido ser tratado en alguna obra literaria o película desconocidas por mí,
permitidme mis propias aportaciones. Aquí van:
¿Y si cada vez que alguien intentase viajar al
pasado quedase irremediablemente atrapado en su propio presente? ¿Cómo
podríamos ser capaces de localizarle? Cada vez que lo pretendiésemos, su
presente ya se habría desvanecido ante nuestros ojos, ya que nos encontraríamos
en su futuro.
La muerte no existe. Cuando
fallecemos, en realidad, somos transportados al futuro por una civilización
extraterrestre que deja aquí únicamente nuestro cuerpo, un mero envoltorio. No
es exactamente la misma idea que en la película Millennium (Millennium, 1989)
pero se parece.
¿Os atrevéis a proponer las
vuestras?
Fuentes:
Paul J. Nahin, Time Machines,
Springer, 2ª edición corregida, 2001.
Francisco Javier González-Fierro
Santos, Las 100 mejores películas de viajes en el tiempo, Cacitel, 2006.
David Toomey, Los nuevos viajeros
en el tiempo, Ediciones de Intervención Cultural, 2008.