El maestro sensei Stick teme que el poder de su mejor
discípula, Elektra, tenga su
origen en el odio y las ansias de venganza, por lo cual la expulsa de la
benevolente orden de La Casta. Huérfana desde que su madre
falleciese durante el parto y su padre fuese asesinado por el malvado Bullseye,
Elektra se dedica a una profesión lucrativa: asesina a sueldo. Instruida en las
artes marciales y hábil manejadora de las dagas japonesas conocidas como sai, además de
estar dotada de una increíble capacidad psíquica denominada “kimagure” mediante
la cual puede controlar el tiempo y percibir el futuro, reparte sangre, dolor y
muerte a su paso.
Asesinada por el mismo ejecutor de su padre, es resucitada mediante las artes
mágicas de La Mano, una secta maligna que intenta reclutarla para
su causa. Sin saberlo, el cruel y sanguinario Kirigi, cuya única obsesión
consiste en llegar a ser el mandamás de la secreta organización, Elektra es
requerida para asesinar a Mark Miller y su hija Abby, pero en lugar de cumplir
eficientemente su misión se encariña con ellos debido a los recuerdos de sí
misma que le trae la joven Abby. Al enterarse de su fracaso, el mismo Kirigi se
dispone a ejecutar el encargo, acompañado por otros tres supermalvados:
Tatuaje, cuya piel es capaz de liberar físicamente las terribles criaturas con
las que está decorada; Piedra, un tipo con el cuerpo en forma de armario ropero
y cuya superficie tiene la capacidad de mellar y quebrar las dagas de la mujer
de rojo; y Tifoidea, una mala pécora cuya ponzoñosa halitosis mata al que se
encuentre a una distancia poco recomendable de la misma.
Estas breves reseñas introductorias corresponden a la película Elektra (Elektra,
2005), un buen callo recalentado, cuya visión puede ser altamente perjudicial para la salud física y mental. Concebida como un "spin-off" de la
también fallida y aún más sosa Daredevil (Daredevil, 2003), no
presenta como atractivo ni siquiera a su heroína protagonista, la
“rostrodecementoarmado” Jennifer Garner. Un argumento vacío, hueco y únicamente
consistente en ir derrotando a los cuatro malvados (por cierto, con una
facilidad no inferior a la que presentaría una hormiga para un niño).
Pero hete aquí que, cuando estaba a punto de quedarme más sobá que un idem
pasiego de Cantabria, una maravillosa escena resplandeció en la pantalla de mi
televisor SONY de 40 pulgadas e iluminó toda la sala como para confundir al
mismísimo fulgor del astro rey. En un momento concreto de la acción, Elektra se
enfrenta a la apestosa Tifoidea mientras ambas deambulan jugando a la perra y la gata entre los setos de un laberinto. Y, claro, hartas de no encontrarse la una
a la otra, la primera se cansa de la duración insoportable de la absurda escena
y decide unilateralmente hacer uso de su capacidad de clarividencia y
percepción extrasensorial. Asiendo firmemente su puntiagudo sai, lo arroja con
decisión a través de las frondosas y verdes paredes de vegetación.
Extrañada por la excesiva duración de la escena y sorprendida por la (aparente) considerable distancia entre Elektra y su enemiga, pues la acción transcurre en
tiempo real, es decir, el movimiento de la daga no se ve ralentizado en ningún
momento, decidí tomar el cronómetro de mi reloj y medir la duración del
extraordinario suceso. Resultó que habían transcurrido nada más y nada menos
que 10 segundos desde que el cuchillo sale de las manos de Elektra hasta su
impacto contra el rostro de Tifoidea. Para más inri, el arma viaja todo el
tiempo en línea horizontal y no se percibe de ninguna manera una trayectoria
pronunciadamente parabólica. Como diría el mismísimo Sherlock Holmes, lo
extraordinario del caso es la aparente ausencia de algo extraordinario. Me
explicaré, como siempre hacía el genial detective (¡qué exasperante falta de
humildad por mi parte!) surgido de la pluma de Arthur Conan Doyle.
Efectivamente, queridos Watsons, como bien sabréis, cualquier objeto que se lance cerca de la superficie de la Tierra, sigue un movimiento cuya trayectoria corresponde a una parábola. Descomponiendo matemáticamente este movimiento en otros dos más simples, uno de ellos en la dirección horizontal que resulta ser uniforme (con velocidad constante) y el otro en la dirección vertical que resulta ser uniformemente acelerado (aceleración constante) y cuya aceleración coincide justamente con la de la gravedad terrestre, se puede caracterizar perfectamente el problema físico. Cuando se desprecia el rozamiento con el aire, se puede demostrar fácilmente mediante álgebra elemental que el camino recorrido por el objeto es justamente una parábola simétrica. Si el punto desde el que se arroja el cuerpo está en la misma cota horizontal que el punto de destino, la distancia entre ellos, denominada alcance, depende de la velocidad inicial dada y del ángulo de inclinación de la misma con respecto a la horizontal. Así, a medida que se va aumentando dicha inclinación, el alcance se incrementa en consecuencia hasta llegar a un ángulo de 45º, a partir del cual vuelve a disminuir. Algo similar sucede con la altura máxima del lanzamiento (el vértice de la parábola), salvo que en este caso, el valor más grande se obtiene cuando el ángulo de inclinación del lanzamiento es de 90º, es decir, cuando arrojamos el objeto verticalmente hacia arriba.
Pero vayamos nuevamente a la escena de la película. Supongamos que el feroz lanzamiento
de Elektra es horizontal, como haríamos cualquiera de nosotros. A nadie que sea medianamente normal se le ocurriría arrojar el cuchillo hacia arriba, para acertar con el
blanco en la trayectoria descendente. A no ser que hubiera una enorme distancia
entre vosotros y el objetivo. Para arrojar el arma casi sin inclinación, como
parece ejecutar nuestra heroína, deberíais hacer uso de una fuerza descomunal y
proporcionar una considerable velocidad inicial al proyectil. A pesar de ello,
deberíais hacer frente a la gravedad. Ésta es tan puñetera que siempre está
tirando hacia abajo, de tal forma que si el lanzamiento es puramente
horizontal, es decir, con un ángulo de 0º, entonces el origen y el blanco nunca
pueden encontrarse a la misma altura, teniendo que estar el segundo siempre por
debajo del primero. Y aquí viene lo llamativo, ya que si la daga de Elektra
viaja durante 10 segundos, en ese tiempo ha tenido que descender forzosamente
unos 500 metros. Se requiere algo más que una buena puntería y, además, no es
lo que se observa en la escena de la película, donde el laberinto parece ser
bastante horizontal.
Démosle el beneficio de la duda a la enigmática dama de rojo y supongamos que
arroja el sai con una pequeña inclinación, digamos unos 5º, y que su mortal
enemiga se encuentra a la misma altura vertical que ella. En este caso, las
ecuaciones nos dicen, sin lugar a dudas, que la velocidad con la que la daga
tiene que abandonar el poderoso brazo de Elektra debe ascender a 2066 km/h. Y
no queda ahí la cosa ya que, entretanto, las mismas ecuaciones nos cuentan que
Tifoidea tiene que encontrarse a más de 5700 metros de distancia. Entretanto,
la daga ascendería hasta los 125 metros de altura, para luego caer directa al
rostro de la apestosa. Este no parece ser tampoco el caso reflejado en la
película. Habrá que intentar otra hipótesis.
Una consecuencia llamativa que presenta el análisis físico de la situación es
que, una vez fijado el tiempo de vuelo del proyectil, inmediatamente queda
establecida la altura que alcanza. Esto significa que, aunque modifiquemos la
velocidad inicial y el ángulo de lanzamiento, la altura máxima siempre será la
misma. Los 125 metros anteriores son inamovibles. Incluso para un ángulo tan
grande como 30º, la velocidad imprimida debería ascender hasta los 360 km/h,
teniendo que estar Tifoidea a 866 metros de distancia. Podemos, pues, desechar
todos estos casos, ya que en la película se ve en todo momento la daga
atravesando los setos laberínticos y éstos no es probable que presenten alturas
superiores a los 3-4 metros.
¿Cuál es la solución, pues, al enigma? Acudamos, de nuevo, al inefable
Sherlock Holmes, recordando una de sus frases más célebres: “cuando has eliminado todo
lo demás, lo que queda, por improbable que parezca, será la verdad”. Aplicaré
esta máxima al caso que nos ocupa.
Repasemos nuestras pistas. Sabemos que la daga mortal tarda 10 segundos en
alcanzar el objetivo. El lanzamiento es ligeramente inclinado, con un ángulo no
por encima de los 5º. La altura que alcanza no parece ser superior a un metro.
Si contemplamos el problema desde una perspectiva global y sin prejuicios y
acudimos una vez más a las ecuaciones, se pueden obtener unos valores bastante
razonables. En efecto, la velocidad debe ser ahora de tan sólo 1,65 km/h y la
distancia entre Elektra y Tifoidea de 46 metros. ¿Bastante convincente, no?
¿Cómo he llegado a esta conclusión? Pues, sencillamente, alterando el valor de
la aceleración de la gravedad. Para que la escena tenga sentido, ésta debería
ser de unos 0,0008 m/s2, unas 12250+ veces menor que la terrestre. O se ha rodado en algún asteroide o la física no puede explicar lo sucedido. ¡Elemental!